Europa vive en su frontera Sur y en aguas del Mediterráneo una crisis humanitaria sin precedentes, protagonizada por cientos de miles de personas llegadas de las costas libias que huyen de las guerras, la muerte y la crueldad que atraviesan numerosos países africanos y de Oriente Medio. Con periodicidad, asistimos a tragedias de naufragios o barcos a la deriva con miles de personas al borde de la muerte, sin que la UE sea capaz de articular una adecuada respuesta humanitaria e institucional. Posiblemente todo ello sea el reflejo de una descomposición moral y un declive político que está poniendo en riesgo el propio proyecto europeo como espacio de solidaridad, seguridad y respeto a los derechos humanos.

Como muy bien explica Tony Judt en su magnífica obra Postguerra, la Europa que surgió tras la Segunda Guerra Mundial no solo trataba de crear un mercado único, sino que intentaba establecer unas bases estables que impidieran nuevos conflictos en el futuro y permitieran el avance de valores como la solidaridad, el respeto a los derechos humanos y la libertad. Sin embargo, algunos de los principios esenciales sobre los que ha avanzado Europa desde la aprobación del Tratado de Roma, en 1957, están saltando por los aires. Así sucede con la crisis humanitaria que se está viviendo en la frontera Sur de Europa y en todo el Mediterráneo, al erosionar peligrosamente los cimientos europeos sobre la base de abandonar a su suerte a las decenas de miles de refugiados que llegan hasta las costas europeas y desatender la necesidad de apoyo y solidaridad hacia aquellos países que reciben esta marea humana, como Italia y Grecia.

Frente a ello, los países europeos se han movido espasmódicamente sometidos al impacto que los medios de comunicación han dado a tragedias como los naufragios periódicos que se producen en aguas del Mediterráneo, que provocan repetidamente una cascada de declaraciones vacías y decisiones vergonzosas. Así, tras la tragedia de Lampedusa de octubre de 2013, a los escasos náufragos rescatados con vida se les ingresó en el centro de internamiento de Mineo, en Lampedusa, tras incoarles expedientes de expulsión, mientras que a los más de 400 fallecidos se les concedió automáticamente la ciudadanía italiana y con ello europea, de honor. Curiosa manera de construir Europa y sorprendente forma de articular respuestas erráticas, primero bajo el nombre de operación Mare Nostrum, que ante las dimensiones del rescate en aguas del Mediterráneo, se cambió por otra de simple vigilancia de fronteras, con el nombre de Tritón, sustituida posteriormente por otra con el nombre de Poseidón. Llamativos nombres para tanto abandono.

Pero frente a lo que con frecuencia se señala, no estamos, ni mucho menos, ante una crisis migratoria, sino que asistimos a una crisis de refugiados y asilados que huyen de guerras, conflictos y persecuciones, sometidos a la protección de acuerdos internacionales, como la Convención de Ginebra de 1951 y el Protocolo de Nueva York de 1967. Plantear la crisis humanitaria que se vive en el Mediterráneo como un problema de inmigración irregular es tan incorrecto como interesado, al igual que también resulta erróneo poner el acento exclusivamente en el papel de las mafias y traficantes de personas, ignorando por completo a los cientos de miles de refugiados, muchos de los cuales mueren. Es como si al abordar el problema de la violencia de género, los gobiernos solo hablaran de los maltratadores, ignorando por completo la imprescindible atención y asistencia a las victimas de ese maltrato. Pero ésta es la perspectiva que ha dominado en Europa hasta la fecha, mientras los únicos puntos de acuerdo de los diferentes Consejos Europeos que se están celebrando coinciden en tratar de actuar contra las redes criminales que traen a los inmigrantes, llegando a aprobar un disparate diplomático como es el bombardeo selectivo de barcos en los puertos de partida en Libia, algo que viola el Derecho Internacional. Como ha anunciado la alta representante europea de Política Exterior, Federica Mogherini, el único acuerdo hasta la fecha alcanzado consiste en poner en marcha la operación Eunavfor Med que se desarrollará bajo la autoridad de los responsables militares europeos en tres fases, todas ellas de vigilancia, hasta terminar con el posible bombardeo de buques de traficantes, sin mención alguna a la atención humanitaria. Ésta es una muestra más de la pérdida de razón que Europa viene demostrando.

En lugar de avanzar en Europa sobre una política de asilo común que permita dar respuesta a esta crisis, unificando las enormes disparidades en esta materia que existen en cada uno de los países miembros, los gobiernos europeos y sus dirigentes siguen abandonando Italia a su suerte, que ha atendido por sí sola a más de 240.000 personas en el último año, más que toda la población de Elche.

Posiblemente, todo el marasmo migratorio y humanitario en Europa no sea sino el reflejo de su declive y la consecuencia de que sus instituciones estén en manos de políticos minúsculos, incapaces de comprender lo que significa Europa, por qué surgió y cuáles fueron los elementos que cimentaron sus principios. Sin embargo, mientras los gobernantes hablan de bombardear barcos, los ciudadanos convivimos con los inmigrantes en barrios, colegios y empresas, demostrando así que la verdadera Europa se hace día a día en las calles.