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Con estilo

Porque era mía

Confieso que me hubiese gustado escribir sobre el jazmín, las flores, la belleza de la sonrisa o el mismísimo cántico del «ruiseñor» enmarcado hasta por Ana Belén cuando era una de esas niñas tan primorosas como las dos pequeñas cuya sonrisa ha borrado un verdadero desgraciado que, para su desgracia, era su padre. Este fin de semana me he levantado cantando y se me ha caído el periódico al suelo mientras el café, que siempre me hace mi hijo Álex, humeaba todavía con la música de Kiss Fm. Sonaba un temazo de One Republic , I Lived cuyo protagonista es un precioso chaval con fibrosis quística que ha superado hasta el mismo miedo a morir. Quizás porque él no tenía miedo a dormirse y que un loco que les dio la vida se las cargara con una sierra radial y acabase con los suspiros de futuro de dos preciosos angelitos. Así que el café acabó en el suelo de mi cocina al lado justo de Rex, mi labrador de colorcillo chocolate y preciosos ojos verdes, que me miraba con cara de flipadísimo porque nunca me había visto tan alucinada desde hacía tiempo. Confieso que he llorado con esta noticia, confieso que por minutos me han dado ganas de poder tocar esas páginas por si existía un solo rastro de piedad en ellas? porque cada vez que asisto a una de estas noticias mi vida da un vuelco junto a mi alma de 360 grados. Ya aluciné con la madre de aquellos peques que en la Vega Baja de esta tierra levantina segó el amor y el pálpito de unos pequeñines con un puñetero cable de teléfono, y la otra desgraciada loca y mala que ahogó a otro peque. Todavía no he superado la imagen que me vino a la retina cuando imaginé cómo tenía que haber mirado ese niño a su mala madre mientras se terminaba su vida. Ya tiene bemoles que lo último que veas mientras te quitan lo que el alma, Dios, la tierra, la sangre y las entrañas te han dado por milagro de la bonita biología, lo último, digo, sea los ojos de tu padre o de tu madre mientras ellos mismos te la arrebatan. Confieso que esto no se me va de la cabeza, porque jamás pensamos ninguno que la locura colectiva freudiana que afecta a tanta desalmada y tanto desgraciado loco pueda llegar a estos extremos, a parecer el dios Saturno devorando a sus hijos como el cuadro de Goya que tanto me emociona. Así que hoy, y perdóneme ustedes, voy a dedicar este artículo dando dos soluciones. Como en la serie Mil maneras de morir que bate récords en youtube y en algunos canales internacionales, me voy a poner a recomendar al fulanito o fulanita de turno que por favor nos consulten. Entiendo que la miseria propia es dura, entiendo que uno esté más para allá que para acá, entiendo que el «coco» de toda una generación que de joven fue pastillera y adicta a cierto tipo de consumos psicodélicos tenga unas cuantas neuronas trastocadas (porque mira que quedaron idiotas por metro cuadrado por estas fechas...), entiendo que el odio y el rencor hagan estragos y hasta puedo entender que hay un grandísimo trastorno social con la crisis y la desgracia. Pero lo que no entiendo es por qué no se trocean ellos mismos un brazo, se pillan con la puerta su órgano mismo reproductor o se automutilan mirando al espejo del baño, que tiene mucho glamour a lo «setentero» verse lacerado mientras tu cuota «sadomaso» se pone todo y más? Pero sigo sin entender, como en el caso de la pobrecita transexual de Alicante, que la rabia, la agonía mental y la posesión del otro, tanto si es por negación como porque «era mía» acabe por dejar un rastro de muerte y desolación tan lamentable. Y lo peor, que los que lo hacen encima van y se salvan? porque como decía un amigo mío, serán locos, pero ¡corcho! Siempre joroban el coche del vecino, la vida del otro, o la casa del otro, nunca la propia, eso como que no les sale igual de bien? Mientras ?voy acariciando la idea de que hay que educar más, mejor, cambiar valores y leyes, y sobre todo cambiar algo fundamental. Nadi

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