La cercanía de las elecciones generales está poniendo nervioso a todo el mundo. Unos, por lo mucho que pueden perder y, otros, por lo que pueden ganar. Lo único claro es que, tal y como se ha venido gobernando España, así no se puede seguir. Los fracasos del último gobierno de Zapatero y el de Rajoy son imperdonables. Ni uno supo prever la crisis ni el otro, conociendo su génesis, ha sabido corregirla, a pesar de los anuncios rimbombantes que hizo en la campaña de 2011.

Nuestra sociedad llega mucho peor a esta cita electoral que a la anterior. A pesar del maquillaje utilizado con las cifras del paro, sigue siendo insostenible. La degradación del mercado laboral es muy profunda. Sueldos de miseria, condiciones laborales que se creían superadas y toda una generación de jóvenes bien preparados que ha tenido que emigrar, como hicieron sus abuelos. Unos índices de cobertura de los parados en mínimos históricos, sólo uno de cada tres cobra algo. Los pensionistas disfrutarán de su tercer año consecutivo con subidas impresionantes del 0,25% anual. Y, encima, viendo que la hucha de las pensiones que se ha creado con sus aportaciones, se la come el Gobierno, en buena parte, en sólo una legislatura. Por no hablar de la deuda pública que, cuando Rajoy llegó, era de 743.000 millones de euros y ahora supera el billón de euros, con un aumento de más de 300.000 millones y suponiendo casi el 100% del PIB, cantidades y porcentajes desconocidos en la historia de España. Otra legislatura más con Rajoy y lo de Grecia es un cuento de hadas en comparación.

Necesitamos un cambio en el Gobierno y en la forma de gobernar. Las elecciones del pasado 24 de mayo nos permiten visualizar por dónde debe ir esa tendencia. Es cierto que ha pasado poco tiempo, y que hay problemas de encaje de la nueva realidad en muchos sitios, en unos más que en otros. Pero la sensación de más cercanía, menos ostentación, más preocupación por las personas que por los detalles protocolarios, faraónicos o de representación institucional se están viendo. A pesar del bombardeo y rigurosos escrutinios a los que han sido sometidos algunas y algunos nuevos gobernantes, a los que no se les ha concedido ni los cien días de gracia ni tan sólo uno. Esa es, en general, la actitud que representan Podemos, Compromís, las Mareas gallegas, Mes en Baleares, etcétera.

Por ello es vital que, ante las próximas elecciones, se procure la máxima unidad entre las fuerzas de la izquierda alternativa incluyendo, en ella, a Izquierda Unida. Con el peso tradicional del bipartidismo y la ayuda de la Ley d'Hont, la fragmentación está muy penalizada. Con una distribución por escaños que prima las hectáreas sobre la población, en gran número de provincias sólo pueden obtenerlos el primer y segundo partido.

Hay que superar los personalismos o protagonismos, legítimos pero inadecuados en este momento. El objetivo debe ser posibilitar un cambio verdadero en el Gobierno del Estado. Lo contrario será ir parcheando o empeorando la realidad del país. De esto ya hemos tenido muy recientes experiencias que, una vez desprovistas del intenso maquillaje utilizado, descubren una realidad social muy deficiente y sin perspectiva de mejora a medio plazo.

Las elecciones generales tienen que ser decisivas para el cambio que España necesita.