A quién no le gustaría tener una sexualidad más grata y enriquecedora? Es un deseo global, al que muy pocos contestarían que no.

Si prestáramos credibilidad a la llegada de la píldora femenina para incrementar el deseo sexual, parecería que estuviéramos ante un gran cambio. La relevancia de la cuestión merece contestar unas preguntas básicas.

¿Es ciertamente una Viagra «femenina»?: la respuesta es clara, no. La Viagra es un fármaco que actúa a nivel vascular, aumentando el flujo de sangre que llega al pene y propiciando la erección. Por ello, tiene una acción local; no incrementa el deseo sexual, permite el coito.

La mal llamada Viagra femenina es un fármaco que actúa a nivel cerebral, modificando la actividad de neurotransmisores (sustancias que trasportan las órdenes y mensajes entre neuronas). Así pues ejerce acciones generales y de ahí el alto grado de efectos secundarios, tales como somnolencia, sensación de cansancio, fatiga, trastornos del sueño, mareos, etcétera que se presentan en más del diez por ciento de las usuarias.

Efectos secundarios que se agravan con la toma de alcohol y de ciertos anticonceptivos. Además para que su «efecto» se produzca debe ser tomada durante largos periodos de tiempo.

¿Qué mejoras consigue?: decepcionantes.

La frecuencia de lo que se ha denominado «eventos sexuales satisfactorios», únicamente se incrementa entre uno cada dos meses o uno al mes. Amén de que la usuaria debe firmar un documento de consentimiento informado en el que se recoge que exime al laboratorio de cualquier efecto indeseado. Y nos surge otra pregunta ¿por qué tras dos rechazos iniciales, la FDA (Food and Drug Administration, la entidad norteamericana que aprueba o no los fármacos) ha consentido en autorizarla ahora, cuando el nivel de evidencia es el mismo que al inicio de los trámites?

La respuesta puede estar en los grupos de presión, apoyados por la industria farmacéutica, que enarbolando la bandera de una mal invocada igualdad sexual han generado una corriente de opinión favorable a su comercialización. Tal vez, detrás de esto haya una operación financiera a gran escala. El laboratorio fabricante a punto de ser comprado por un gigante de la industria farmacéutica, ha visto incrementado notablemente su cotización tras el lanzamiento del producto. Pero más allá de la aún por comprobar real eficacia del fármaco, cabría preguntarse si la sexualidad es únicamente una cuestión de neurotransmisores que puede ser modificada por una intervención farmacológica.

El mundo de la sexualidad es tan complejo como el alma humana, depende de un cosmos de factores personales, sociales, de orientación sexual, vivencias, frustraciones y gozos que difícilmente puede explicarse por una simple reacción bioquímica.

¿No parece más razonable poner nuestra salud sexual en una mejoría de la calidad de nuestras emociones que esperarla de un fármaco que perturba el funcionamiento neuronal y está lejos de mostrar su eficacia?