Esta noche, como muchas madres y padres, he arropado a mi hijo envuelta en lágrimas. Cualquiera que tenga hijos, y aunque no los tenga, ha sentido un profundo dolor al ver la imagen ya sin vida del niño Aylan Kurdi en la orilla de la playa turca, o al escuchar el dramático relato de su padre, que sintió cómo las manos de sus hijos se le escapaban. Se les escapó la vida tratando de buscar un futuro mejor.

¿Y de qué sirven estas imágenes que nos sacuden ahora pero alertan sobre conflictos que ocurren desde hace años?, ¿cuál es el poder de la ciudadanía en una situación tan dramática como la que estamos viviendo, la mayor crisis de refugiados después de la II Guerra Mundial? Yo creo que nuestro papel es clave si transformamos la indignación en acción.

Esta crisis humanitaria tiene múltiples aristas y los conflictos armados de países como Siria, Irak o Afganistán, infinidad de causas. Pero la foto de Aylan es un espejo de la política que la Unión Europea ha mantenido en estas crisis humanitaria. La realidad de las 2.300 vidas perdidas en el Mediterráneo sólo en lo que va de año demuestra un flagrante ejercicio de insolidaridad por parte de la UE que ha mostrado su peor cara en la gestión de las políticas de inmigración y asilo desde hace años. La ética más elemental exige atender a quienes solicitan refugio y, además, por puro egoísmo inteligente, nos interesa acoger en las mejores condiciones a quienes ya están entre nosotros así como contribuir a mejorar sus condiciones de vida en sus países de origen.

Pero la UE destina la mayor parte de sus esfuerzos en materia de inmigración a impedir que los refugiados traspasen nuestras fronteras. Se está obligando a la población civil a no poder cruzar una frontera y, por tanto, a seguir soportando el conflicto, tal y como recuerda Amnistía Internacional. Además hay una dejación de responsabilidad de la UE en países orientales desde hace décadas ya que su posición ha sido la de garantizar la estabilidad en la región, al margen de si los regímenes de gobierno son más o menos dictatoriales.

La ciudadanía europea ha respondido a la emergencia con miles de iniciativas solidarias para recibir a los refugiados comenzando a tejer una red de ciudades refugio. Pero debemos ir más allá y exigir a nuestros gobernantes una postura acorde a los valores que fundamentaron esta Unión.

Se espera que el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, proponga el 14 de septiembre a los Estados miembros un nuevo cupo de 120.000 demandantes de asilo para reubicar desde unos países a otros. Y hasta el momento la agencia europea de fronteras FRONTEX no cuenta con una misión específica de salvamento marítimo, como ha solicitado en repetidas ocasiones la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR).

Está en nuestra mano recordar a nuestros gobernantes -quienes ejercen un poder que nosotros delegamos con nuestro voto- los valores que fundamentaron la Unión Europea. «La Unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías» (artículo 1 del Tratado de Lisboa). Exijamos que lo cumplan. Es un imperativo ético y además la única vía para que podamos seguir gozando de los derechos y oportunidades de la sociedad del bienestar en un mundo cada vez más amenazado por la pobreza, la desigualdad y la inseguridad humana.