La sociedad no es sino la suma de individuo tras individuo. Aunque si estos no hacen honor a su apellido de seres humanos, de personas responsables, tal sociedad estará cada día más despersonalizada y será más inhumana.

Ciertamente, el mundo no es el mismo que el de hace unas décadas, y tampoco el hombre gira sobre los temas humanísticos y humanos que le han interesado desde hace milenios.

Todos los males de la globalización empiezan en el abandono de la sensatez, imposible de conseguir sin unos mínimos conocimientos que nos ayuden a razonar y canalizar nuestros impulsos para que la solidaria convivencia sea una probabilidad y no una utopía.

De modo que el gobierno que no lucha por una armoniosa educación desde la infancia es un enemigo del pueblo. Porque el niño es el padre del mañana, y será quien prosiga la construcción del futuro. Así que la solución es sencilla: para construir una sociedad ética no hay metal más preciado que la educación; lo que significa que el país más rico y digno es el más capacitado para organizar la existencia en armonía, y el más pobre e indigno es el que, por dejación e ignorancia, se abandona a la impunidad.

Ya lo dijo Pitágoras: «Educad a los niños y no habrá que castigar a los hombres».

¿No se reducirían, así, las leyes a unas pocas efectivas y serían mínimos los presupuestos económicos destinados a sancionar a quienes aprenden a delinquir en la jungla moral en que vivimos?