Pocas cosas nos han costado tanto sufrimiento aprender en España como la necesidad de cercanía y unidad frente al dolor causado por el terrorismo. Por ello nos sentimos tan próximos y conmovidos ante los ataques terroristas que ha vivido París, causados por un terrorismo yihadista tan salvaje como brutal. Tras los atentados terroristas de enero contra el semanario satírico Charlie Hebdo y el supermercado Kosher, Francia no ha dejado de sufrir atentados frustrados que demostraban encontrarse en el punto de mira de la barbarie de un Estado Islámico que, por la magnitud y complejidad de los ataques que planifica, está buscando multiplicar el horror y el número de víctimas causadas.

Pero España, el país europeo que durante más tiempo y con más intensidad ha padecido el terrorismo, primero de ETA y posteriormente con el 11-M que sigue siendo el atentado yihadista más mortífero que se ha vivido en Europa, demostramos que desde el Estado de Derecho, desde el poder de las instituciones y sin generar rechazos ni odios colectivos puede darse una respuesta a los responsables de estos atentados. Por ello es tan importante la unidad y la solidaridad con el Gobierno francés y con sus ciudadanos, aunque bueno sería que Europa entendiera también el tremendo dolor y sufrimiento que desde hace años lleva causando el fanatismo salvaje y bárbaro yihadista en otros lugares, con mucha mayor atrocidad, muerte y destrucción. Si nos produce horror y dolor la barbarie producida en París sobre ciudadanos indefensos que ha causado centenares de muertos y heridos a sangre fría, ¿cómo no entender que millones de personas huyan de un terror ilimitado basado en el salvajismo, la depravación y la violencia ciega?

Ojalá Europa hubiera comprendido antes la importancia de demostrar esa misma unidad y solidaridad para detener la guerra en Siria que ha causado ya más de 350.000 muertos, para haber tratado de evitar la desintegración de Libia que permitió crear bastiones de grupos yihadistas para que sus militantes fluyan hacia otras regiones, para haber impedido activamente la guerra en Irak que en buena medida ha sido el origen de un ciclo destructivo en Oriente Medio que está desestabilizando al mundo entero. Bueno hubiera sido también que Europa hubiese entendido la necesidad de atender hace ya tiempo a los refugiados que huían del terror de la guerra de Siria y la brutalidad del Estado Islámico.

Pero lo que ahora tenemos delante de nuestros ojos es algo muy distinto al terrorismo al que hasta ahora los países europeos se han venido enfrentando. Quien quiere matar siempre va a encontrar razones para justificar su barbarie y por ello mismo no debemos entrar en su juego de justificaciones. La existencia de un estado islámico yihadista da una base territorial y material a un terrorismo sin límites que propone el exterminio de los infieles, basándose en una visión ultraortodoxa del Islam. Cualquier grupo que niegue el derecho a la vida a quienes no comparten su religión o que se apoye en salvajismos, brutalidades o en un terror ilimitado sobre aquellos a los que considera inferiores no puede tener cabida en un mundo al que le ha costado tanto avanzar en el reconocimiento de derechos humanos básicos. Sin embargo, la violencia que ejercen los terroristas yihadistas no es irracional, sino metódica, minuciosamente planificada sobre personas indefensas, libres y pacíficas. Desde hace demasiado tiempo lo hemos subestimado, mientras su capacidad de destrucción se multiplicaba en Ankara, Beirut, París, sobre aviones de pasajeros en Egipto, Malí y en otros muchos lugares del mundo.

La parálisis y la confusión ante el avance del Daesh que ha dominado en Occidente hasta la fecha ha sido aprovechado por el Estado Islámico para consolidar su expansión territorial y extender su terror global. Resulta llamativo que los únicos acuerdos a los que han llegado los países occidentales sobre la guerra de Siria hayan sido para repartirse las zonas a bombardear y coordinar sus ataques militares. Y ahora, Rusia, potencia perdedora tras su intervención en Afganistán; Estados Unidos, país que impulsó la guerra en Irak y el ciclo destructivo en la región; junto a Francia, quien se empeñó en matar al presidente libio Gadafi y protagonizó la desintegración de Libia, son los tres países que se han unido para bombardear Siria y al Daesh. Algo que no transmite confianza sobre una adecuada solución de la situación por países que han generado gigantescos conflictos.

Pero junto a la unidad política, la firmeza contra el terrorismo y la cercanía ante el dolor, hace falta también claridad en el análisis y una adecuada comprensión de las estrategias a llevar a cabo así como sus consecuencias. Doce años ha tardado el expresidente Tony Blair en reconocer públicamente el gigantesco error de la guerra en Irak, que ha sido el motor de un terrorismo global cuyas consecuencias sufrimos. Posiblemente, lo que más claro podamos tener hasta la fecha son los errores que no debemos volver a repetir junto a la necesidad de mantener y respetar una libertad que los terroristas nos quieren arrebatar y que simboliza París.