No. No son «el fruto de una sociedad enferma», como ha dicho esta semana el obispo de San Sebastián. Los resultados de las elecciones generales del pasado domingo son la demostración de que estamos ante una sociedad cada vez más compleja que ha sufrido con dureza los efectos de las severas políticas de ajuste y que vive con perplejidad una crisis sistémica que afecta a la credibilidad de numerosas instituciones, partidos y dirigentes. Como bien señaló el historiador Jacob Burckhardt, «la modernidad es la era de las simplificaciones salvajes» y, lejos de dejarnos llevar por los males y peligros que algunos anuncian, deberíamos tratar de comprender la naturaleza de los procesos que han generado esa distribución de votos, su efecto sobre los diferentes partidos y la recomposición del mapa político que genera. Es decir, intentar hacer una cartografía postelectoral que nos ayude a manejarnos en los territorios de la nueva política en la que nos adentramos.

A medida que la crisis, sus efectos y las políticas de austeridad salvaje se impusieron en España, la sociedad ha vivido un progresivo divorcio con los dos grandes partidos políticos que han estado en el cuadro de mandos del Gobierno central desde la Transición. Ahora bien, tanto el PP como el PSOE han protagonizado un uso patrimonial del enorme poder que han venido acaparando históricamente, dañando al sistema político pero también a numerosas instituciones, al tiempo que se alejaban cada vez más de una sociedad que sufría una situación de emergencia social que el PSOE ha tardado en reconocer y que el PP nunca ha querido aceptar. Si a todo ello añadimos el enorme daño económico, moral e institucional que ha provocado una corrupción imparable que de manera capilar ha infiltrado instituciones, partidos y territorios, envileciendo la política hasta extremos insospechados, se entenderá fácilmente la pérdida de apoyos que ambos partidos vienen sufriendo desde que comenzó la crisis, allá por 2008.

La explosión de los indignados del 15M en el año 2011 en toda España fue la demostración de que importantes sectores de la sociedad tenían profundo malestar con los poderes y partidos políticos existentes, con los que no se sentían representados, como gritaban una y otra vez en las plazas. Y en alguna medida, las pasadas elecciones generales han sido la culminación de ese 15M, protagonizadas por la irrupción de dos nuevos partidos políticos que han tratado de capitanear la regeneración del PSOE y del PP: Podemos en la izquierda y Ciudadanos en el centroderecha. Pero mientras que Podemos y sus confluencias han sido capaces de situarse cerca del Partido Socialista y constituyen ahora una seria alternativa, algo que nunca ha conseguido ser Izquierda Unida en toda su historia, Ciudadanos está todavía muy lejos de poder ser un rival serio al Partido Popular.

Sin embargo, la fragmentación electoral tras las elecciones del 20D plantea un escenario tan complejo que las decisiones que cada partido adopten van a ser cruciales para su futuro. Y a juzgar por los primeros movimientos y declaraciones, no hay nada escrito de antemano.

El PSOE se encuentra una vez más con el problema de que sus principales enemigos están dentro de su propio partido, hasta el punto que haga lo que haga le va a generar frustración. Los socialistas se encuentran ante una de las situaciones más complejas de toda su historia política, de la que va a depender incluso su propia supervivencia a medio y largo plazo.

El PP no recoge votos sino devotos, demostrando que es un partido agotado, sin capacidad de respuesta ni liderazgo, cuyo objetivo es acceder al poder por encima de cualquier otra consideración. Ni una sola autocrítica tras sufrir los peores resultados desde su fundación en 1989. Todo lo contrario, ahora apelan a lo que no han sido capaces de demostrar en los últimos cuatro años: consenso, capacidad de diálogo y acuerdo. Utilizando la doctrina tan repetida por el PP, más del 71% de todos los electores rechazan a este partido que no puede seguir imponiendo unas políticas que desangran la sociedad.

Mientras, Podemos está demostrando tener un sistema líquido en lo ideológico y plástico en lo organizativo, sustituyendo como prioridad el problema de emergencia social por la urgencia territorial, aderezado todo ello con esa sorprendente propuesta de un presidente de Gobierno independiente y de consenso, tan alejado de los sistemas democráticos que sorprende que surja de profesores de Ciencia Política que han criticado experiencias anteriores de igual calado en países cercanos.

Y a Ciudadanos le ha faltado muy poco tiempo para abandonar todas las líneas rojas que se había marcado, ofreciéndose a apoyar un Gobierno del PP, presidido por Rajoy, a cambio de dejar fuera a Podemos. Si esa regeneración democrática que dicen encarnar pasa por excluir a cerca del 20% del electorado es que no han entendido nada de lo que sucede en España.

Así es que las próximas semanas van a ser decisivas no solo para el país, sino también para los propios partidos que tienen el desafío de leer correctamente los pasados resultados electorales. Esperemos que comprendan que no es solo un nuevo proyecto político lo que necesita España, sino un proyecto ético e incluso estético.

@carlosgomezgil