Me preguntan por la calle si es verdad lo de dormir en el cajero automático con ese colega, antiguo capitalista venido a menos por una ruina mezcla de la crisis, del divorcio depredador y de su miope visión del futuro. Dejo la duda en el aire que es la manera de mantener el interés. Como lo hacía José Fouché - ministro sanguinario, revolucionario y napoleónico que duró mucho más que Pío Cabanillas padre, al que le era de aplicación aquello de «creía que íbamos a ganar los de derechas y hemos ganado los de izquierdas». Ole y ole la facilidad para el cambio de chaq?.-. Este -Fouché- seguía a pie juntillas, aún sin conocerlo tal vez, el sabio proverbio árabe: tenemos dos ojos, dos oídos y una sola boca porque hay que mirar y escuchar dos veces antes de empezar a hablar.

Si atendemos a tanta petición, la tertulia del cajero va a ser más famosa que las antiguas del Café Comercial -el que cerraron en la madrileña glorieta de Bilbao-, las del Café Gijón -por donde andaban y escribían los geniales autores, muertos de hambre, en la postguerra-, las del Parnasillo en el Café del Príncipe por donde andaban Larra y Espronceda, o las cenas literarias del Maestral.

Este fin de semana ha sido glorioso, practicando el duermevela al amparo de esa máquina expendedora de billetes que ordeña cuentas sin números rojos. El sábado nos hemos merendado-cenado un bocata kilométrico cada uno y una litrona de Alhambra, a morro para los dos. Dos euros y cuarenta céntimos. Precio de tienda de chinos permanentemente abierta y que despacha a deshoras por una puerta sabiamente camuflada. Luego, tras laboriosa localización del bar adecuado en el que no hemos consumido nada, hemos visto a Pablo Iglesias vestido con pajarita para asistir a los Goya. Una vela a Dios. Y otra al diablo descamisado para ver al Rey por aquello de conectar con los parias de la tierra, o sea, nosotros dos entre otros muchos.

En la noche de carnaval fuimos sorteados y pisoteados alternativamente por dos obispos, un guardia civil, tres fantasmas, una chica del Folies Bergère, dos vacas lecheras, un cuatrero del Far West y tres Anibal Lecter. Todos buscaban dinero en nuestro cajero en el que nos vamos a empadronar por si Hacienda nos devuelve algo. Sorteados trabajosamente y pisados sin misericordia por algunos, que ya saben la simbiosis ocasional entre máscaras carnavaleras y alcoholes destilados de todo tipo y condición.

Mi colega, el arruinado aunque conserva la esperanza de levantar cabeza, cuando aún no habíamos cogido el sueño en condiciones ni la velocidad de crucero en nuestro concierto de ronquidos, me suelta la siguiente parrafada: Pablo Iglesias se ha puesto el esmoquin y la corbata-pajarita, haciendo un guiño a los poderes fácticos. Quiere integrarse en el sistema para ahuyentar el terror del Ibex 35. Ha cruzado la alfombra roja, se ha mezclado con el rojerío cinematográfico, se ha fotografiado ante los fondos publicitarios y ha repartido besos y abrazos a todo aquel que ha querido dárselos. ¿No ves ahí todo un símbolo? ¡Está queriendo ahuyentar el miedo que mete la derecha a que gobierne Podemos!

Para símbolos y gobiernos estoy yo, con el ardor de estómago que me ha dejado el bocadillo de choped sintético y la media litrona que he trasegado -contesto con desgana-. Inasequible al desánimo, mi colega insiste: ¿no ves un cambio evidente, un deseo de integración en el sistema?

Ya lo creo -contesto desvelado-, Pablo Iglesias quiere un gobierno de izquierdas y estar en él. No puede ser de otra manera. Quiere, además, presentarse como un hombre cercano y afable porque ya se ha encargado la derecha y sus propagandistas de trabajar para que cale el pánico al que llaman frente popular, expresión de inevitables ecos guerracivilistas.

¿Has oído que Pedro Sánchez va a hacer público un manifiesto con su programa de gobierno para intentar sumar a las izquierdas?

Claro que lo he oído. Ojalá y la virgen que dicen en mi pueblo. Habrá que leerlo con detenimiento porque en ello nos va algo más que la vida. La dignidad incluso.

Cuando hablen de gobierno progresista y de cambio no los creeré si eso no va unido a propuestas reales para hacer frente a situaciones de emergencia social como las que vivimos y vemos a diario. ¿Has visto cuánta gente hay en las calles alicantinas pidiendo limosna? Ahora ya es casi un título poder poner en el cartel del peticionario «soy español». Manda cojones.

Plan de choque -eso hay que pedir a un gobierno que se preocupa por su pueblo- para solventar situaciones de desesperación, un mínimo vital para que todo el mundo pueda comer, dormir bajo techo y caliente, y con una adecuada atención sanitaria. Resolver, en definitiva, situaciones de flagrante desigualdad, que sabemos de sobra que, en los momentos de crisis grave, siempre hay quienes salen millonarios de ella mientras que otros salen con los pies por delante. Claro, los que salen millonarios de las crisis llaman a eso ser inteligente, tener vista para los negocios, nunca robar.