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El alacrán

Iba montado el alacrán sobre la espalda de la rana para así pasar a la otra orilla del río. Querían cambiar de aires, cambiar de ambiente, cambiar de compañías, cambiar de manera de vivir, pensaban que, haciéndolo, encontrarían un nuevo territorio donde detentar más poder. La rana, que había creído a pies juntillas al alacrán, ya en el río no paraba de mirar de reojo hacia arriba. Empezaba a notar la ansiedad de alacrán en su propia piel, incluso le advirtió: no me picarás ahora, pues sabes que ambos moriríamos, yo por tu veneno, tú porque no sabes nadar. Callaba el alacrán, no daba respuesta, hasta que elevo su aguijón y lo clavó en la piel de la rana. Va en su ADN, no lo puede evitar. Es intrínseco a su naturaleza.

Iglesias y los suyos no engañan a nadie con sus proclamas, con sus gestos, con sus intenciones, con sus parlamentos, con sus insultos. En los gobiernos municipales y autonómicos donde tienen presencia, así lo demuestran día a día. En Alicante, Marisol Moreno la ha vuelto a armar en una comisión municipal. Sin poder detener su lengua viperina, larga una andanada más a sus enemigos de la derecha, ella no tiene adversarios, acusándoles de reunirse en las salas del club de alterne D´Angelo. Va en su ADN, no lo puede evitar, como tampoco la concejal de Ahora Madrid, Celia Mayer, que no sale de un charco cuando ya está metida en otro. No se entiende su animadversión, su resentimiento de carácter atávico contra los que no son ni piensan como ellas. La hipocresía y el nepotismo en pocos meses de gobierno los han convertido en esa casta de la que tanto abominaban.

No hace falta más que un corto recorrido por las redes sociales para ver cómo se las gastaba de palabra, de obra Rosa Díez podría hablar, Iglesias contra todo lo que se movía políticamente. Desde demandar a jóvenes que le escuchaban, aprendizaje para la lucha callejera con manejo de cocteles molotov, en lo que ellos llaman la acción directa, hasta sus más aviesas intenciones de llevarnos a un régimen totalitario una vez tomado el poder a través de las urnas, como ya se hiciera en la Europa de los años treinta del siglo pasado por otros movimientos de carácter populista. Acompaña sus malintencionadas intenciones cuando habla de los demás, con la debilidad de sus argumentos, tergiversación de la historia más reciente, expulsando la razón de su praxis discursiva. Ha sabido no obstante instalar una especie de síndrome exculpatorio extendido entre sus voceros y falanges de intelectuales seducidos por la entelequia de su argumentario. Sus apariciones en televisiones amigas en tiempos de cólera, fue la necesaria propaganda que lo puso en órbita.

Sin necesidad de cientos de años de evolución como señala Theilard de Chardin, Iglesias y sus camaradas nos prometen guiarnos, a través de su movimiento social y político, al Punto Omega, punto final del de su particular arcadia feliz, en la que los protagonistas no serán otros que los desfavorecidos. Palabras utópicas, embaucadoras, dirigidas a personas que han sufrido la crisis y a quienes ven ocasión de dar la vuelta al calcetín social, para así ocupar posiciones de privilegio. Sus hechos, acompañados de gestos fanáticos, irascibles y de comportamientos escasamente democráticos, indican todo lo contrario. La intimidación, la prepotencia, y el desconocimiento de los valores democráticos, o su nulo interés por respetarlos, se hacen patentes cada vez que mueve ficha intentando que Sánchez pique el anzuelo de un acuerdo gubernamental. Tras el esperpento de los ministerios, presenta un documento en el que se somete al poder judicial a los principios de su movimiento de cambio social, y pretende crear un aparato policial ad hoc bajo su estricto control de tenebrosos parecidos, y recuerdos infaustos, de regímenes dictatoriales.

Como un convencido jansenista, Iglesias, se cree predestinado a dar el golpe de gracia al sistema democrático representativo que tanto bien ha traído a España. Se inventa una falsa transición, demonizando la auténtica, tratando de romper todo lo que nos une para terminar subvirtiendo la esencia de la socialdemocracia: redistribución de la riqueza, y acabar como cualquier país instalado en el totalitarismo de cualquier signo: redistribuyendo la miseria. Convertirse en el líder hegemónico de la izquierda española es cada vez más posible, únicamente Sánchez puede evitarlo negándose a pasarle a la otra orilla. «Pueblo de palabra y de piel amarga. Dulce tu promesa, quiero ser tu tierra, quiero ser tu hierba cuando yo me muera. Mi querida España, esta España mía, esta España nuestra». Cecilia. «España camisa blanca de mi esperanza, reseca historia que nos abraza con acercarse solo a mirarla, paloma buscando cielos más estrellados donde entendernos sin destrozarnos, donde sentarnos y conversar». Ana Belén.

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