A fuer de sincero debo decir que la edad me hace ser más optimista. Fíjense tal grado de efervescencia que les auguro va a fraguar la composición de un gobierno en España en breve, que no van a haber, por tanto -pese al pesimismo instalado-, nuevas elecciones generales. Que de cara al estío la economía va a mejorar y el consumo va a reverdecer. Hasta el Consell va a pagar más puntual -que ya es mucho decir- los turnos de oficio. Bueno, depende de las gestiones del president Puig con el ministro «en funciones» señor Montoro sobre la sempiterna y nunca resuelta financiación autonómica. Cavilo: ¿qué le va a pedir si el meritado tiene fecha de caducidad? Incertidumbre. Sigo. Que va a exaltarse la bonhomia de la gente. Que vamos a ser más racionales, escondiendo la visceralidad que llevamos a flor de piel. Que España va extender más inteligentemente su política exterior y su grado de influencia sobre todo con los países iberoamericanos, la que parece olvidada o aparcada desde hace unos años. Intuyo se va desarrollar una política «realista» (para mí, concepto jurídico indeterminado anudado a lo social-económica) y que nos vamos a dejar de contar cuentos chinos a partir de muy poquito tiempo. Por una razón harto obvia: pertenecemos al club europeo. Aunque esta Europa no es la mía, ya no la reconozco por insolidaria.

¿Que todo lo que les refiero es pura ficción? ¿Que voy contracorriente cual kamikaze? Qué le vamos a hacer. No lo pretendía, en verdad. Decía San Agustín que la fe consiste en creer lo que no vemos, y la recompensa es ver lo que creemos. Pero hay un mucho de realismo en lo oteado. A la fuerza ahorcan, sería el resumen de este film. ¿Con qué argumentos de peso se enfrentarían en una nueva campaña electoral las distintas formaciones? Digo bien: todas. Sucumbirían estrepitosamente ante la melancolía ciudadana que cree ya en muy poquitas cosas. Ya no hay milongas a las que asirse. Que hay un hartazgo supino. Renacer o bajar al subsuelo, sería el titulo del film que diera vida a una nueva ilusión. Que están viendo ahítos el tono de juego de niños maleducados de muchos de nuestros representantes.

España tiene infinidad de problemas, muchos de ellos irresueltos: desigualdad, educación, corrupción del poder público, servicio público de la justicia, nueva Ley de Enjuiciamiento Criminal, dependencia, etc. Es evidente que para resolver conflictos de tal magnitud comporta la agregación de tres requisitos: a) creer, y por ende, tener voluntad política; b) suficiencia económico-presupuestaria y, c) por derivación, que el gasto no afecte los topes del déficit público. Que no gastemos lo que no tenemos, porque al final el club nos lo demandará. ¡Vaya si nos lo va a demandar! Y fuera del club hace mucho frío, vamos que no hay vida.

Pues bien, no resolver los problemas, no entrar en las tripas y en la disección de los mismos, poco menos que es generar un problema de inescrutables dimensiones. La respuesta que ha dado hasta ahora el partido en el gobierno, por ejemplo, sobre la dimensión de la corrupción en los aledaños de las administraciones públicas es el consabido «hemos adoptado muchas medidas legales». Y se quedan tan panchos. Como si la maldad fuera mensurable. Y la realidad que nos circunda supera al día siguiente la estanqueidad de la norma. Y ésta se halla desfasada cuatro días después. Aparte de las norma está la educación en la escuela, el educar en los valores que hacen que una sociedad sea mucho mejor. Y después de la escuela está la Universidad, la educación superior. Hay que resolver la endogamia, el modelo de cuerpo docente, la internacionalización, las exigencias al alumnado, la financiación...

Culmino, queridos amigos, con un aserto de Anaxágoras, filósofo griego. Así que si me engañas una vez, tuya es la culpa. Si me engañas dos, la culpa es mía.