Los Jesuitas son luchadores. Es como si Ignacio de Loyola les hubiera trasferido parte del acero de su espada para forjar en ellos un espíritu fuerte, frente a las adversidades. Siempre han estado presentes en países donde la religión católica ha sido perseguida. Muchos jesuitas han muerto defendiendo los derechos humanos, allá donde hubiera un conflicto bélico, como China, Cuba o Vietnam. También en países con mayoría islámica o budista, los Jesuitas, han ejercido el diálogo interreligioso e intercultural. Hoy, en Siria y Afganistán, hay jesuitas ayudando a la gente. La labor desarrollada por los Jesuitas a lo largo y ancho del mundo es impresionante.

El carácter propio del Colegio Inmaculada «Kejaritomene» de los Padres Jesuitas, es el de una comunidad educativa cristiana, donde prima la formación integral, intelectual y académica, que desde la libertad y la solidaridad, sus alumnos, contribuyan a mejorar la sociedad, aportando valores humanos como la paz, la justicia, la fraternidad.

Si se pregunta a antiguos alumnos acerca del colegio de los Jesuitas, que conocen cómo ejercen dentro del área docente y formativo del individuo, si son sinceros, se sienten orgullosos (no todos, claro), porque han adquirido unos valores muy necesarios para navegar por la sociedad que vivimos, donde la desilusión reina por cada rincón de las encrucijadas que la vida ofrece. Esfuerzo personal, constancia, firmeza, seriedad, empatía, solidaridad, libertad personal abierta a lo transcendente. Todos estos valores tan escasos hoy día. Contribuir a construir un mundo más justo y humano. Respeto, confianza, interés por madurar personalmente. Clima de convivencia... y tantas cosas

Es cierto que la enseñanza docente en los colegios de los Jesuitas es exigente. Se preocupan para que los alumnos cumplan los objetivos marcados por la Ley de Enseñanza, que cambia cada dos por tres. Detrás del esfuerzo individual de los estudiantes, hay un equipo sólido de profesores que trabajan todo el año, para que su esfuerzo se vea recompensado con el éxito de «sus chavales». Ya no hay Jesuitas impartiendo clases, incluso el director es laico. A los alumnos se les ofrece la igualdad de oportunidades, aunque no siempre se cumple la norma porque influye mucho el entorno social y familiar.

Los Jesuitas arrastran un lastre de persecuciones de tipo ideológico. En estos momentos, al parecer, en la Comunidad Valenciana, se les quiere negar el pan y la sal. Al enemigo, ni agua. Y detrás de este colegio irán otros más. Pues no es así. Bajo ningún concepto se debe quitar la subvención a las familias que quieren, que tienen el derecho y la libertad de optar por un determinado tipo de educación para sus hijos. ¿Dónde está el problema? ¿Por qué quieren desde la clase política, guiar o cercenar la libertad de elección de enseñanza? Se dirá que nadie quiere que sea así. Que la Constitución dice que somos un país laico, cierto, pero también dice que se apoye a la Iglesia Católica. No nos engañemos. Si se quita la subvención a los colegios de ideario cristiano, se está infringiendo la libertad del individuo. No se hace daño al colegio, -que también porque la subvención se encarga de pagar los sueldos del profesorado- se hace daño a miles de familias.