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¿Qué hay de nuevo?

En septiembre, como ocurre con los colegios, también empieza el curso político y lo hace con la puesta de largo del debate del estado de la Comunidad. Es el momento de hacer balance, transcurrido ya año y medio de las elecciones autonómicas, y de sacar conclusiones más allá del territorio conocido de las descalificaciones al otro y de alabanzas de lo propio a que se dedicarán nuestros primeros espadas autonómicos ¿Qué hay de nuevo tras año y medio de gestión de la izquierda en la Generalitat? Es cierto que se ha producido la recuperación de la sanidad universal, que se han tomado medidas para hacer más transparente la labor del ejecutivo autonómico y que ha habido avances en la recuperación de la gestión pública frente a la privada. Y también es evidente que la situación económica heredada -con un Consell en quiebra técnica y una autonomía infrafinanciada en áreas tan vitales como sanidad, educación y servicios sociales- ha lastrado la gestión de los nuevos inquilinos de la Generalitat. Pero también es verdad que los que ahora tienen las riendas de la administración autonómica llegaron a ella sabiendo lo que había y que, pese a ello, prometieron a los ciudadanos una serie de cosas que brillan por su ausencia, lo que, a nivel real de los que pisamos la tierra, quiere decir que en casi nada nos ha cambiado la vida y que seguimos teniendo los mismos problemas con la falta de trabajo estable y bien pagado, la ausencia de ayudas sociales, las deficiencias en la atención en los centros de salud o las carencias en los colegios e institutos. El gobierno autonómico tiene, por tanto, un problema importante sobre la mesa que necesita de implementar políticas que hagan realidad lo que un día se dijo que se haría si se llegaba a tener el mando en la Generalitat. Urge encontrar dinero para pagar esas políticas y, si no hay nueva financiación a corto plazo, que no parece, habrá que explorar nuevas vías de ingresos que las hagan realidad. Seguir lamentándose y mirando al pasado con el dedo acusador sólo conducirá al presidente Ximo Puig y a su vicepresidenta Mónica Oltra a la melancolía porque ese argumento, si empieza a ser poco entendible a estas alturas del partido, no servirá para nada dentro de dos años y medio.

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