Es factible aceptar que Pablo Iglesias se ha convertido en el malo de la película en la que ha convertido a su partido. Su interpretación errónea de la plasticidad electoral, su deseo de un cambio político radical y su hostilidad hacia la democracia burguesa, cosas que podemos compartir, le han hecho confundir sus exaltadas ínfulas de poder, cosa que no compartimos, con el monopolio del 15-M, convirtiendo este país en una realidad que no termina la herejía en la que vive mientras nuestros representantes dejan escapar oportunidades de oro para convertirse en actores principales del cambio que necesita.

Paulus, en latín, significa pequeño o exiguo. Lo triste es que ambas cosas se relacionan con la catadura política de Iglesias y su carácter permanentemente cabreado. Y eso tiene este tipo de rasgos: que se arremete contra todo lo que no se entiende y se recurre sistemáticamente a la vieja estrategia del miedo cuando el Sol no responde ni se detiene ante sus órdenes. Es más utilizando ese guante oscuro que hunde sus raíces entre los recovecos de un comunismo revisionista y ese esmoquin que solo se pone en los Goya, encuentra la excusa perfecta en un intercambio de cromos al que los socialistas dijeron que nanay. Ahí Podemos, al votar no en la investidura de Sánchez, certificó la defunción de la alternativa. Otros pensamos, entonces y ahora, que el futuro no pasaba por la arrogancia ni por despreciar ni humillar al adversario político sino por buscar puntos en común. Sin embargo Iglesias tiene facilidad para embarrarse en cualquier charco a su alcance. Y eso se lo dice, a título personal, uno que es miembro de la coordinadora nacional de Recortes Cero, coalición electoral que por joven y bien pensada no tiene ninguna representación todavía y por ello es poco merecedora tanto de ninguna gloria como de los improperios e incertezas que él mismo nos atribuye.

Nosotros alentamos los manifiestos aparecidos en El País defendiendo un gobierno de progreso. Manifiestos que fueron suscritos por un total de más de 2164 firmantes y que pretendían propiciar una opinión pública favorable a la formación de Gobierno que nos pareció adecuado para el importante momento histórico que la desaparición del bipartidismo nos había concedido. Gobierno progresista compuesto por lo que presumíamos que era el PSOE -ahora sabemos que aquellos capullos jamás florecerán- Ciudadanos y Podemos. Simplemente asumimos que el bipartidismo se había acabado con la irrupción de nuevas fuerzas en el ruedo político y que podría formarse un nuevo orden que pusiera los cimientos de una nueva cultura política. Pero Iglesias, lejos de aceptar tal coyuntura, nos definió como «la soldadesca mediática pro Gran Coalición». «Una izquierda de orden, dócil, temerosa de Dios, del régimen y de su propio pueblo». Yo soy, eso dice Iglesias, de esos «interpelados a ser los moderados que se sienten cómodos con la etiqueta y que firman manifiestos favorables a gobiernos transversales».

Visión paranoica, a la par que falsa, que esconde rasgos autorreferentes y megalomaníacos de un político que dice ser o creer ser líder y que hace bueno aquel viejo aforismo que dicta que si eres un clavo no esperes otra cosa que desde el cielo te caigan martillos. Fantasmas totalitarios que configuran una personalidad incapaz de entender la resistencia que el resto de cerebros presenta para asimilar esos grandes mensajes de los que depende, en su mesiánica y onírica visión, la salvación de nuestro país.

13.5 millones de votantes de distintas sensibilidades votaron por el cambio. Cambio en el que el PP no estaba a pesar de repetir machaconamente que habían ganado las elecciones. Mayoría social amplia que Iglesias no representa y a la que no le gusta, igual que a muchos de sus correligionarios de Podemos, a esos a los que Iglesias llama mediocres, el miedo. Ese que usted ha decidido convertir en el eje principal de su política y que solo representa ansiedad ante el debate estratégico sobre el futuro proyecto de su partido y su permanencia en el mismo. Un partido que no ha tardado en pasar desde la vibración y la emoción ante su líder hacia la decepción razonable.

La investidura de Rajoy se podría haber evitado. La dirección de Unidos Podemos lo tuvo en su mano en dos oportunidades, después del 20-D y tras el 26-J. Pablo Iglesias tiene una deuda histórica, una hipoteca leonina en su responsabilidad, por no haber trabajado por un gobierno de progreso permitiendo con su negativa, y con el apoyo de la derecha socialista, el nuevo gobierno de Rajoy.

Gracias Pablo Iglesias. Algún día nos contará, usted y muchos del PSOE, porqué mataron una buena alternativa.