Lyssa da Silva sufrió una muerte brutal a manos de dos hombres que no tuvieron por ella ninguna compasión ni cuando la dejaron inconsciente. Asesinaron a Lyssa a sangre fría y abandonaron su cuerpo negándole cualquier tipo de posibilidad de asistencia o socorro. La mataron a patadas estando desnuda, despojada de dignidad. Después limpiaron la sangre y le pusieron su ropa.

Los asesinos de Lyssa ni siquiera huyeron. Su desprecio fue tal que, después de darle la paliza terrible, se echaron a dormir como si nada, mostrando el máximo desprecio hacia su vida.

Lyssa era una mujer transexual, inmigrante e invisible. Le había tocado vivir en el cuerpo equivocado, un error de la naturaleza que intentaba corregir con tratamientos, maquillaje y mucha discreción. Lyssa era también una mujer inmigrante que quería empezar una nueva vida aquí en Alicante.

Analizando detenidamente la vida y muerte de Lyssa uno se da cuenta de que no somos la sociedad madura, democrática y respetuosa que nos creemos. Somos una sociedad bastante hipócrita, acostumbrada a mirar hacia otros lugares cuando la vista nos incomoda: la exclusión social, la pobreza, la precariedad, la inmigración, el asilo, la diversidad sexual y de género, la homofobia, la bifobia o la transfobia. Puedes ser pobre, pero con «dignidad», sin hablar demasiado de ello, sin pedir ayuda, sin hacerte visible. O puedes ser todo lo homosexual que quieras, pero no lo muestres en público, ni te muestres orgulloso de ello. Sé invisible. No molestes. No llames la atención. Y si te haces visible estate preparado para la reacción. Desde el machismo más atávico hasta la violencia más cruel.

Pero la invisibilidad para Lyssa no era una opción. La invisibilidad para las personas transexuales es un imposible. Viven y mueren en armarios de cristal. Sometidos a la mirada forense de nuestra sociedad, de los medios de comunicación y de las instituciones públicas, incapaces de mostrar un mínimo de respeto. Hasta a Lyssa le volvieron a rescatar su nombre de nacimiento -que se podía leer en este mismo periódico- sometiendo a la víctima al señalamiento público y a la última de las violencias.

La transexualidad es una realidad que molesta a nuestra sociedad de altos valores. A día de hoy sigue considerándose una enfermedad, las personas transexuales siguen siendo estigmatizadas, son víctimas del rechazo familiar, social o laboral y se ven empujadas la exclusión social. Las mujeres y hombres transexuales siguen siendo objeto de burlas, insultos, acoso y agresiones físicas y psicológicas. En algunos casos las agresiones son de tal importancia que acaban con graves secuelas o en muerte, suicidio o asesinato. A veces la transfobia te mata poco a poco. Y otras de golpe, como a Lyssa.

Uno de los acusados del crimen le negó la mínima asistencia humanitaria después de haber sido apaleada brutalmente hasta quedar literalmente destrozada. Por un acuerdo con la Fiscalía queda en libertad. Libertad por esconder un cuerpo roto en un ascensor y abandonarlo mientras agonizaba. Por otro lado, el asesino confeso acepta el generoso ofrecimiento de 10 años de cárcel de los que cumplirá, probablemente dos, tres o con suerte un poco más. Así de barato sale matar.

No hablará la magistrada en la sentencia, pues, de delito de odio: no lo hará ni siquiera a pesar de que uno de los acusados del crimen reconoció que atacó a Lyssa cuando supo que era una mujer transexual. Ni que desde las entidades LGTB luchamos cada día para que los delitos contra nosotros sean considerados como tales, delitos de odio. Nos hemos vuelto a encontrar con la incomprensión de jueces y fiscales, policías y funcionarios una vez más. Para nuestra sorpresa, ni siquiera se considera la posibilidad de existencia del componente de odio en el crimen de Lyssa.

Para el fiscal los culpables practicaron sexo con la víctima. Y esto es radicalmente opuesto al hecho de que exista odio. Uno no puede practicar sexo con una persona de su mismo sexo o con una persona transexual y luego arrepentirse de tal cosa. Y ese arrepentimiento, antes, durante o después, no te puede llevar, de ninguna manera, a la agresión violenta desde el odio interiorizado. Es más fácil reducirlo todo a una desavenencia económica que lleva a la agresión que acaba en asesinato. ¿A qué otra cosa se puede dedicar una mujer transexual e inmigrante que no sea a la prostitución? Presunciones intolerables que machacan la memoria de las víctimas, que echan tierra sobre los logros sociales de los últimos años, del respeto a la diversidad, a nuestro estatus social y legal. Esto es la esencia de la transfobia institucional y generalizada. Ese es el reflejo de nuestra sociedad civilizada. Y esa es la justicia que ofrecemos a las más vulnerables.

Lyssa no será víctima del odio por decreto judicial. Como tampoco podrá montar su peluquería en Alicante, iniciar una vida llena de ilusiones y proyectos con su pareja, Paco. Lyssa ni siquiera pasará a formar parte de las estadísticas del odio en España. Lyssa será otra víctima invisible más. Una de tantas. Porque nadie hablará de nosotras, las personas invisibles, cuando hayamos muerto.