Espero que todos ustedes hayan empezado el año con buen pie, recibiendo algún detalle por parte de alguien querido, que les haya hecho ilusión. Yo por mi parte vivo cada comienzo de año como una oportunidad de hacer cosas nuevas y de tratar de arreglar entuertos. Aunque lo que de verdad me gustaría sería que los Reyes Magos me hubieran traído una varita mágica para rehacer cosas mal hechas.

Y miren que hay cosas que arreglar en este mundo disfuncional en el que vivimos, pero de lo primero que haría si pudiera sería anular por completo el referéndum del «Brexit» y sus funestas consecuencias.

Hace unos días una señora holandesa llamada Monika denunciaba haber sido invitada por el Home Office a abandonar Reino Unido tras solicitar la nacionalidad, a pesar de llevar más de 26 años casada con un británico y ser madre de dos hijos británicos. Por cierto, esto de Home Office es bastante paradójico, porque significa literalmente Oficina del Hogar, pero por lo que se ve en ese hogar por llamarlo de algún modo sólo tienen cabida los británicos de pura cepa. Algo que recuerda a un señor de bigotito al que los británicos combatieron en su momento, aunque ahora parezca que no se acuerden. Y ojo, que da miedo.

Los nacionalismos, y más los que añoran un imperio perdido que además jamás volverá, son nada más que un atavismo extraviado que pretende ir contra el sentido de los tiempos. El mundo es una aldea global en la que Europa o se pone las pilas y toma un rumbo común con firmeza y racionalidad, o va a quedar subsumida por las decisiones de terceros países con los que no comparte ninguna raíz cultural. Nos jugamos mucho más que la libre circulación de personas. Pero lo del caso de Monika es un ejemplo de que algunos gobernantes no deberían serlo, porque gobiernan sin sentido común ni corazón.

En nuestro país hay más de un cuarto de millón de británicos residentes, sin contar con los que no están legalmente inscritos como tales y los que vienen cada año de visita. Para todas estas personas necesitamos una solución racional y justa, claro está dentro de unos términos de estricta reciprocidad, no vayamos a hacer el panoli como casi siempre. De ahí que sea de necesidad que la UE ordene lo procedente dentro de este cataclismo, causado por incompetencia y ambición de unos políticos absurdos. Lo ocurrido a Monika debe ser una anécdota que quede en eso, pues este tipo de decisiones, además de injustas e irracionales, son tan old fashion como los modelitos de la mismísima reina Isabel.