Ni la conocía ni la admiraba. Para mí era una más, una mujer que luchaba por vencer al cáncer de mama. Ni más ni menos. Ni más «valiente·» (no me gusta nada ese adjetivo que mucha gente nos atribuye) que cualquiera de nosotras, ni menos. No he llorado su muerte, obviamente, pero sí que me cogió por sorpresa y me dejó tocada por unos minutos... ¡Zas! Hostia de realidad. Sí es verdad y no me acordaba: la gente se muere por un cáncer de mama.

Cuando te diagnostican de esta enfermedad lo primero que oyes es que el porcentaje de mortalidad es «casi» anecdótico. Claro que depende de infinitos factores y que no todos tenemos el mismo tipo de dolencia, pero la muerte queda ahí, aparcada, como si no fuera posible. No es una opción para mí, pero ocurre.

Sólo conozco a una persona cercana a mí que tiene cáncer de mama y está más lozana que tú y que yo. La muerte de Bimba trae a mi cabeza que sí, que la muerte está ahí. Además, era joven, muy joven: 41 años no son nada. Lo único por lo que puedo decir que la «admiraba» es por su lucha por visibilizar el cáncer de mama en toda su crudeza. Todavía recuerdo sus fotografías con la cicatriz de la mastectomía cuando yo acaba de estrenar la mía y casi no me atrevía a mirarla. No alcanzo a decir si me ayudó verla a ella, pero lo que sí que hizo fue ayudarme a que el golpe no fuera tan fuerte.

Ahí estaba ella con su no pecho, para que todo el mundo lo viera. Sólo por esto, mis respetos Bimba. Suerte en tu viaje.