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Lorena Gil López

Yo también soy la infanta

Y la exministra Ana Mato, y la mujer del extesorero del PP Luis Bárcenas, y tantas mujeres que se escudan en que son sus maridos quienes llevan la economía familiar y que, por eso, no tienen constancia de que el dinero o los regalos que llegan a casa son producto de una actividad ilícita. Y digo que yo también soy ellas porque no miro mucho las cuentas bancarias: a primeros de mes para ver si he cobrado, a mediados para comprobar cuánto lleva la tarjeta gastada y a finales para cabrearme con el banco porque le ha faltado tiempo para cogerme el dinero de la hipoteca.

Y yo también soy ellas porque confieso que las cuentas las lleva mi marido, y confío en él, como decían la infanta Cristina y Rosalía Iglesias, así que dejé hace tiempo de preguntarle qué pasa con ciertos movimientos de dinero (cien euros en concreto) que todos los meses veo que vuelan de la cuenta en un traspaso.

Pero claro, una cosa es esa y otra que lleve una vida por encima de mis posibilidades y no me quiera enterar de las cosas. La mujer de Bárcenas dijo ante el tribunal del caso Gurtel: «No soy tonta, si mi marido me dice que firme, tengo plena confianza en él». La hermana del Rey afirmó en el juicio del caso Nóos: «Confío plenamente en mi marido y estoy convencida de su inocencia». ¡Toma ya! Yo también tengo confianza en mi marido, pero les puedo asegurar que no tengo una cuenta con ingresos de hasta 120.000 euros a mi nombre, como la mujer del tesorero, y carezco de un palacete en Pedralbes, como la infanta Cristina, más bien vivo en un piso de 85 metros cuadrados que me cuesta cada mes pagar un pico de mi salario. Y mi marido no me ha sorprendido con megafiestas de cumpleaños para mis hijos, regalos y viajes por más de 28.000 euros, como presuntamente le ocurrió a Ana Mato y por lo que tuvo que declarar en el juicio de Gürtel.

Ayer celebramos el cumpleaños de mi pitufo, 3 años, y le sorprendimos con una tarta comprada en un supermercado de barrio y con dos cajas de Playmobil. Y les aseguro que, por mucho que confío en mi marido, si hubiera aparecido con un regalo en forma de viaje a Eurodisney, lo primero que habría pensado es: ¡Por fin nos ha tocado la lotería! Y cuando me hubiera dicho que no es así, entonces me habría puesto en lo peor: ¡Ha cometido un delito!

Pero, claro, en esto yo no soy la infanta.

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