José Luis Rodríguez Zapatero obtuvo más del 40% de los votos en las dos elecciones generales que ganó. En la primera legislatura se aprobaron leyes como la de matrimonio de personas del mismo sexo, o la de la dependencia que supusieron auténticos hitos en el desarrollo de los derechos ciudadanos. La segunda legislatura, con la crisis, trajo la primera reforma laboral, la reforma constitucional express del 135, y la promesa de que la mayoría parlamentaria ratificaría el Estatut que aprobara el Parlament catalan. El que tuvo que cepillar Guerra y, aun así, lo podó el Constitucional. Estos fueron los otros hitos que establecieron el nuevo récord: el PSOE se quedó con el 28,7% de los votos -un descenso de más de cuatro millones de votos, uno de cada tres votos huyeron-. Era el menor porcentaje de votos en unas generales desde 1977.

Le sucedió Alfredo Pérez Rubalcaba, fue secretario general del PSOE hasta la derrota en las elecciones europeas de 2014, durante dos años y medio de la primera legislatura de Mariano Rajoy. El otro año y medio el candidato y secretario general fue Pedro Sánchez, que perdió las elecciones de 2015 con un nuevo récord negativo: un 22,01% de los votos, mientras el PP ganó con el 28,7%. El PSOE bajó siete puntos porcentuales y el PP perdió diecisiete. Al calor de la crisis surgieron dos partidos, Podemos y Ciudadanos, que se presentaban como alternativa ante la aparente resignación y coincidencias programáticas de los mayoritarios. Ambos sumaron más del 26% de los votos emitidos. El bipartidismo se había roto, pero el descenso de los populares les llevó a perder varias comunidades: la Valenciana, Castilla La Mancha, Extremadura, Aragón y bastantes de los mayores ayuntamientos. El PSOE, con menos votos, consiguió bastante más poder institucional y a punto estuvo de ganar el Gobierno del Estado. Pedro Sánchez era el candidato en diciembre de 2015, aunque sólo llevaba un año y medio en la Secretaría General del PSOE; el resto de la legislatura, dos años y medio la dirección había sido de Rubalcaba. Por eso Sánchez es responsable sólo en parte del descenso y, también sólo en parte del notable aumento de poder institucional que tuvo el PSOE en comunidades y ayuntamientos.

En las últimas elecciones de junio de 2016, responsabilidad de Sánchez y del «no, es no», no hubo descenso en votos. El PSOE pasó del 22,01 al 22,66% de los votos. Es con el PP y Esquerra Republicana los únicos partidos que aumentaron la proporción de votos. Podemos - IU obtuvieron obtuvo el 13,37%, tres puntos menos que por separado; y Ciudadanos perdía el 0,40%. En estas generales de junio, el PSOE ganó votos en las grandes ciudades, en las provincias más pobladas y en el porcentaje total; perdió escaños y proporción de votos en aquellas regiones desde las que Pedro Sánchez había recibido más críticas de sus compañeros: Andalucía, Castilla La Mancha y Extremadura. Ganó un diputado y votos en Madrid, donde Sánchez encabezaba la lista. La estrategia de campaña no fue una «podemización», como se ha dicho, ni en aspectos programáticos ni en la búsqueda de un pacto a cualquier precio. Ni con Podemos ni con los «independentistas». La rotundidad del «no, es no» facilitaba marcar distancias y diferenciarse del PP.

Para algunos, los 85 votos del PSOE parecían imprescindibles para la gobernabilidad para que Rajoy ganara la investidura y evitar unas terceras elecciones. Al menos hacía falta su abstención. Eso decían. Pero, no lo decían en el Comité Federal, porque aunque su propuesta ganara después no ganarían el inminente Congreso Federal socialista, según confesó el presidente de la Gestora. No era cierto. El PP consiguió la mayoría absoluta para elegir a la presidenta del Congreso pactando con los «independentistas» catalanes de Convergencia (PDCA). Era a Sánchez a quien acusaban soterradamente de pactar con los independentistas. Ahora, el PP va a juntar esta semana una -otra- mayoría absoluta para aprobar los presupuestos del Estado y el PSOE votará en contra. Ni hacía falta ni hace falta ahora la abstención del PSOE.

El problema era Pedro Sánchez, un advenedizo que podía ganar. Ahora Sánchez estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. La aristocracia partidaria tenía otros planes y otras personas para el Gobierno. «No vale pero nos puede valer», habían dicho. Ya las primarias van con segundas. En el próximo congreso los delegados socialistas tendrán que aprobar, o no, la gestión de la Gestora.