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Rogelio Fenoll

Vivir sin miedo

No es fácil acotumbrarse a convivir con el terrorismo internacional. Lo que a principios de siglo era una excepcionalidad se ha convertido esta década en casi rutina semanal. De los grandes atentados que inauguró el 11-S, muy planificados y en los que participaba un comando organizado, hemos pasado a los «lobos solitarios» o los radicalizados exprés que, sin esperar una orden directa, actúan indiscriminadamente en un mercadillo navideño, un concierto o unas fiestas populares con un camión, un coche o a pie con un cinturón de explosivos caseros. El gran salto para extender el terror se ha dado no solo en la búsqueda de objetivos inesperados y de una sorprendente crueldad, sino en la localización de los mismos.

Hace quince años el terrorismo solo golpeaba en las grandes capitales occidentales: Nueva York, Madrid, Londres..., pero en los últimos años se ha propagado como una mancha de aceite a ciudades periféricas, de tamaño medio: Niza -una urbe turística costera muy similar a Alicante en población y diseño urbano-, Manchester... Es una estrategia inteligentemente macabra.

El mensaje implícito es que nadie está a salvo: te puede estallar una bomba en un recital de rock o de una diva del pop adolescente, en un espectáculo pirotécnico en una playa o en una cabalgata de reyes. Y aunque las probabilidades de ser víctima de un atentado sean mínimas, similares a las de sufrir una tragedia aérea, y muy por debajo de un accidente de tráfico o una enfermedad incurable, la inmediatez de la información y la libre circulación de las personas nos hace sentirnos agredidos como las víctimas reales.

Pese a que vivamos a dos mil kilómetros, el terror se instala en nuestras vidas porque sentimos que nos podría ocurrir a nosotros. Sin embargo hoy sabemos, por datos del gobierno estadounidense, que las principales víctimas del terrorismo yihadista son los musulmanes que viven en países musulmanes: el 90% de los muertos en atentados de los últimos cinco años. Y también que los déficits de integración de inmigrantes musulmanes en países occidentales constituyen los factores más decisivos en la radicalización y reclutamiento de yihadistas.

Tan interiorizado tenemos que el terrorismo es inherente al presente que nadie se ha planteado siquiera si el Manchester United debe jugar hoy o no la final de la Liga Europa.

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