La sinrazón de la historia reciente del Perú se manifestó en sus novelas mucho antes de que ésta indujera a Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, a participar en la política activa de su país. De hecho, es probable que el éxito de su producción literaria tuviera un correlato con su fracaso en la actividad política.

Siempre se ha argumentado que la novela es la más democrática, y la más burguesa, de todas las expresiones artísticas, pero que casi siempre ha fracasado cuando se ha puesto al servicio de los programas políticos. A decir verdad, lo que Vargas Llosa refleja en su obra no es su propia visión política, sino una personalización de la política, achicándola para aproximarla a la condición humana, mediante la introducción de un alter ego en la vorágine de los sucesos que describe.

Una de las primeras novelas importantes de Vargas Llosa, Conversación en la Catedral (1969), está protagonizada por un joven, que podría representar al propio autor antes de apostatar de las ideas de la izquierda política. La frase con que comienza esta novela es significativa: «¿En qué momento se jodió el Perú?».

El protagonista de la novela, Santiago Zavala, periodista del diario limeño «La Crónica», para el que Vargas Llosa trabajó en su juventud, cree que el Perú de su época, que coincide con el «Ochenio» de Manuel Odría-una dictadura que duró de 1948 a 1956- «estaba jodido» pero que, a pesar de todo, seguía siendo «mi Perú».

Vargas Llosa tenía los mismos sentimientos respecto de su país que Santiago Zavala. Por eso, en 1987 decidió retirarse de su producción literaria para centrarse en la política y optar a la Presidencia de la República del Perú en las elecciones de 1990. Lo que ocurrió es de sobra conocido: fue derrotado por Alberto Fujimori, que ocuparía la presidencia entre 1990 y 2000 y, en la actualidad, cumple una condena de veinticinco años de cárcel por delitos de lesa humanidad y corrupción.

Muchos se pueden preguntar cómo es posible que Fujimori derrotara a Vargas Llosa en las elecciones. No voy a hacer un análisis exhaustivo del asunto, pero imagino que el trasfondo de todo fue que Vargas Llosa transmitía muy bien un mensaje que nadie quería oír, mientras Fujimori le contaba a la gente exactamente aquello que quería escuchar.

Lo que le ocurrió a Vargas Llosa no es algo anormal en política. En España hemos tenido ejemplos muy significativos. Quizás el más arquetípico fuera el del presidente Rodríguez Zapatero, negando la crisis que se cernía sobre nuestro país y situándonos en la «Champions League» de los sistemas financieros europeos. Puede ser que lo ocurrido el pasado domingo le haya hecho rememorar esos tiempos en los que era él quien administraba la medicina populista, y no el que probaba su amargo sabor en la derrota.

Sea como fuere, lo que es innegable es que la crisis podía haber tenido un calado mucho menor si se hubiera sido más cuidadoso con la expansión del gasto público. En este apartado la irresponsabilidad de Rodríguez Zapatero fue enorme, sobre todo cuando se dedicó a desplegar medidas populistas y cortoplacistas que ahondaban en el gasto, como los cuatrocientos euros del «Cheque Bebé» o los «Planes E».

En concreto en Elche, de los dos Planes E, fuimos agraciados con una lluvia de setenta millones de euros. Todo el mundo podría coincidir, en principio, que tamaña inversión debió representar para la ciudad un acicate sin precedentes. La realidad, por desgracia, fue bien distinta. Gran parte de ese dinero se dedicó a obras que pocos entendíamos o a edificios municipales a los que aún no se ha dado un uso adecuado.

Precisamente, el pasado lunes Elche recibió una noticia que considero muy buena sin ningún género de duda: la concesión de una subvención europea, de quince millones de euros, procedente de los fondos Edusi. El Ayuntamiento tendrá que aportar una cantidad equivalente y desarrollar una serie de actuaciones, en diversos ámbitos, entre este año y 2023.

Lo que los ilicitanos esperamos y deseamos es que el actual gobierno municipal, y los que hayan de venir en el futuro, dado que es una inversión que supera el ámbito del actual mandato, tengan la suficiente visión para que los treinta millones de euros que se van a gastar, la mitad de los cuales vendrán directamente de los impuestos que todos los ciudadanos de Elche pagamos, sirvan para darle a nuestra ciudad el impulso que necesita y no se queden en un gasto improductivo como el que supuso el Plan E.