Estimado Guillermo: interesantísima la recensión que haces de la obra póstuma de Umberto Eco, De la estupidez a la locura, recensión aparecida en el suplemento Arte y Letras de este diario de fecha 27 de abril. No obstante, pese a lo acertado de las manifestaciones de la enfermedad que atravesamos, que comparto plenamente, discrepo totalmente del enfoque que Eco da a lo que podrían ser las causas de curación de la misma. No se aporta ninguna y se critica precisamente la que podría ser la fundamental.

Descritos quedan atinadamente, de manera sintética y lúcida, si bien epidérmica, los rasgos de la enfermedad que está atravesando el mundo occidental. Pero no creo que lo procedente ante tal hecho sea precisamente lo que Eco hace, esto es, criticar el hecho religioso. Eco entiende que hoy están en crisis los valores y creencias consustanciales a la tradición occidental, lo que comparto plenamente, pero después parece afirmar que Europa, por fin, ha tardado mil quinientos años en liberarse de la mordaza del Cristianismo. La civilización occidental es absolutamente inexplicable sin hacer referencia a la religión cristiana. No se puede ignorar que esta civilización se apoya, como se reconoce unánimemente en el ámbito de una intelectualidad libre de prejuicios, en tres grandes pilares, como son las categorías mentales del pensamiento griego, el orden jurídico-político que heredamos de Roma, y la religión cristiana. Y al analizar el hecho religioso traza un esquema de indudable influjo «comtiano» amén de laicista, e indudablemente superficial, que propugna que el católico debe ser un hombre, digamos, «manso», que debe manifestarse como tal sólo el domingo y en Misa de 12, que la religión viene a ser como algo meramente «tolerable» siempre que esté desprovista de todo tipo de pretensión de influjo social, y en cuanto se limite simplemente a servir de consuelo a la hora del sufrimiento. De lo contrario, el fenómeno religioso, y así lo insinúa Eco, debe ser extirpado de la vida social. Y es que, en verdad, la religión católica, no es un mero sistema filosófico, sino que implica, pese a nuestras humanas miserias, indudables, evidentes, el seguimiento de una persona: Cristo, Dios y Hombre, el cual nos pide una respuesta práctica vital global, por lo que es omnicomprensiva, abarca toda nuestra existencia, pública y privada, en misa y fuera de misa, cosa que no ocurre con Kant, Hobbes o Descartes. En suma, éstos no comprometen. Cristo, sí, y mucho. De otro lado, Eco parece dar a entender que la religión es una especie de sabiduría «infantil» del hombre (emplea el término «prelógica») cuando precisamente gracias a la labor de la Iglesia Católica se salvaguardó para la posteridad la matriz cultural y político-social greco-romana frente a las invasiones bárbaras, por no decir que la gran teología católica, esa admirable síntesis de razón y fe, surge precisamente al asimilar los maestros medievales los conceptos dejados por los grandes metafísicos griegos y adaptarlos al mensaje cristiano (los grandes pensadores cristianos sabían mucho, mucho, de filosofía griega), además de que la creación de la Universidad, núcleo del saber, obra maestra de la civilización occidental, es fruto de la labor exclusiva de la Iglesia Católica, y surge ya en la Edad Media. Apuntemos también que los creadores del Derecho Internacional, del moderno Derecho de Gentes, no son ni Churchill ni Kennedy, sino que son españoles, Vitoria y Suárez, sacerdotes ambos ?¡oh, coincidencia!? dominico el uno, jesuita el otro y que tal ciencia se origina con rigor ya en el siglo XVI, cuando está en auge el imperio español en las Indias, y ante las noticias que llegan a España sobre la dureza del trato que algunos conquistadores muestran con los aborígenes, si bien, como contrapartida, podemos imaginar qué hubiera ocurrido en la América precolombina antes de la llegada de un Cortés o un Pizarro, en donde los sacrificios humanos se prodigaban con la misma facilidad con la que hoy día vemos un partido de fútbol. Creo que todo ello genera razones suficientes para mirar al Cristianismo como factor que podría ser de extraordinaria importancia a la hora de paliar los males de nuestra civilización, males que tan lúcidamente expone Eco. Un abrazo.