Aunque les parezca chocante, no resulta fácil arruinar una entidad financiera; es algo parecido a que un avión se caiga, se tienen que producir una cadena de fallos, errores y malas decisiones para que suceda. Sin embargo, también puede ser bastante probable si al frente de una entidad de ahorro se coloca a políticos que no tienen ni pajolera idea de gestión, que es lo que ha ocurrido estos años atrás con la quiebra de una decena de cajas que nos han costado a los españoles más de 60.000 millones de euros. ¿Se imaginan lo que se podría hacer con esa cantidad en materia de infraestructuras y empleo?. Claro que, para provocar la bancarrota de una institución de crédito, además de dirigentes ineptos, también se requiere unos supervisores (Banco de España, CNMV, auditores) confusos, indecisos y lentos en la toma de decisiones, y todo esto sazonado con algunas dosis de conducta oscura y sospechosa de las agencias de rating.
Eso es lo que ha ocurrido en su día con las mencionadas cajas y recientemente con el Banco Popular. No me equivoco si digo que en la pasada crisis, los bancos en general han descuidado y maltratado a sus accionistas, que a la postre han resultado ser los más perjudicados por la considerable caída de su patrimonio. Esas ineficiencias e incapacidades en la gestión que he apuntado es lo que provocó que la cotización de Banco Popular haya sido la diana de una implacable especulación durante todos estos meses, y ese agiotaje desencadenó la desconfianza de los depositantes y clientes, que en su huida han dejado al banco sin liquidez. Así que ojo porque es un aviso significativo para que tomen nota los responsables de otras entidades: "la especulación del valor en bolsa puede llevar a un banco al hoyo", así que no solamente hay que mimar a los clientes, sino también a los accionistas.
No deberían olvidar lo que decía John Pierpont Morgan: "un banco es un poco de dinero y mucha confianza". Si me preguntan cómo se contenta al accionista, les diré que es bastante simple y se resume en: tener directivos profesionales bien capacitados, generar resultados adecuados, repartir dividendos razonables, prohibir por estatutos que los accionistas-consejeros más significativos presten sus acciones a los fondos bajistas, no caer en el deseo de hacerse grande a toda costa y entrar en una carrera desordenada de adquisiciones a cualquier precio, que el consejo de administración esté dotado con la mitad de los miembros realmente independientes y con una formación financiera contrastada (no como ahora que, aparte de cobrar las dietas, muchos no saben interpretar la cascada y los ítems de una cuenta de resultados), y que esa independencia les permita opinar libremente y no ser meros asentidores de lo que proponen el presidente, el consejero delegado y los directores generales. Lo demás es pequeña carpintería, así que como ven la receta es relativamente sencilla.