Opinión
Guillermina Perales
Bacon/Sardaña
L'Espai, una exposición tras otra, se está consolidando como un nuevo espacio para el arte en Alicante. Centrado en la fotografía, nos está dando, cada vez, con una más arriesgada selección de artistas, la mirada compleja y abierta que esta disciplina está lanzando al mundo del arte. En la presente exposición, Baconiana, David Sardaña nos sitúa en ese deseo constante de diálogo entre pintura y fotografía. Su título nos remite a un autor decisivo en la pintura de la segunda mitad del XX, Francis Bacon, que a su vez tuvo como referente a la fotografía. Sardaña nos plantea la idea de vulnerar los conceptos considerados tradicionalmente básicos de la propia fotografía, como lenguaje no solo de representación y retrato de la realidad sino de construcción de la imagen. Si la esencia de la fotografía, durante décadas, la ha alejado de la libertad creativa de la pintura, en cuanto a la mirada abstracta, en la experimentación de las vanguardias rusas se analiza con otro concepto aquellos campos en los que la fotografía puede actuar, significándose más allá del registro de la realidad. Y hoy, la visión más documental de grandes maestros, como Salgado, convive con otras mucho más globales en las que los valores pictóricos construyen esa imagen captada. Asistimos a una revolución en la que, desde el trabajo filosófico de interpretación de la imagen y la innovación tecnológica, se incorporan nuevos conceptos a esta disciplina que tan directamente contempla la afirmación de la realidad.
David Sardaña nos plantea una lectura de la obra de Bacon, buscando en la identidad de los cuerpos una revelación que sirva para transmitir conceptos tan subjetivos como el amor, el odio, el encuentro, la ternura, o la locura. Si el pintor Bacon fue un gran amante de la fotografía, su obra trasciende el mundo figurativo realista para inmiscuirse en la expresión, en la visión del yo, en la búsqueda de lo que es o no real, tratada en la tradición pictórica desde Velázquez, Franz Halls o Francis Bacon. Las imágenes fotográficas de los cuerpos mutilados, desgarrados, por la Segunda Guerra Mundial, son recogidas por Bacon para generar una tipología en esa infracción de lo real.
Y Sardaña, mediante una técnica y estrategia elaboradas, nos sitúa ante ese imaginario, ante los iconos del pintor, con los que nos identificamos con el hecho pictórico. Pero si, en su desestructuración, la pintura expresionista crea un nuevo canon, otra medida de la figura humana, la fotografía de Sardaña busca una nueva lectura de esa imagen, del icono, a través de la técnica fotográfica. El barrido de las imágenes, su movimiento, se consigue por medios de la pura mecánica de captación de la luz. Sardaña se vale de las imágenes trasgresoras de la obra de Bacon para recrear esa captación de la realidad a través del objetivo. La jaula tan presente en la sala, como esa veladura sobre la imagen del Inocencio X de Velázquez, realizada por Bacon, es vista como símbolo de un espacio opresivo, que encierra la escena del contacto físico, fuerte, violento, erótico, entre varios cuerpos, o uno solo sobre si mismo.
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