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Un explosivo llamado gamonal

Anselmo es un viejo amigo albañil en paro reconvertido en camarero a tiempo parcial y posterior parado de larga duración que cuida a su madre con la inestimable ayuda a la baja del alzheimer y de la Administración. Me lo encuentro en la misma cafetería en la que antaño trabajaba y en la que ahora el dueño ya no tiene trabajo ni para él. De hecho está pensando en llamar a Chicote, antes lo era el hombre del saco, pues su no tan joven cocinera cubana ya no hace tan comestible ni el arroz al uso ni el mambo en su salsa, que es por lo que yo iba, lo confieso ante el párroco de Beniarrés.

Total que, después del cómo estás y del cómo vas y de que lo uno lleva a lo otro, me comenta que Gamonal le suena a explosivo de nueva generación. Anselmo es un filósofo de bar y en esa actitud gastronómica que solo da el café de primera presión en caliente y de balde imagina su composición: tres partes de indignación y unas cuantas de profundo malestar aderezado de cansancio. Eso, dice, es el Gamonal.

Suspira mi amigo, provocando anaerobiosis en el resto de los que nos encontrábamos en el local, y pregunta rebotado ¿dónde comprarlo? Y clavando esos ojos rancios en la máquina del tabaco, hormonodependientes pero ya privados de ardor por las hostias que le ha dado la vida, es capaz de imaginar hasta la compra-venta: Oiga ¿me da veinte euros de Gamonal? No, no me queda, se responde Anselmo a sí mismo. Vinieron unos maños y se llevaron la caja entera. ¿Para qué lo querían?, se autopregunta también. Bueno, pues, verá, dijeron que era para usarlo como antídoto contra algunos gobernantes de esos que creen que el ejercicio de su poder debe ser impune a sus provocaciones y desmanes.

Anselmo está deprimido pero el «jodío» es lúcido como una patena acabada de limpiar por manos monjiles. En definitiva, vocifera aquel que antaño te ponía un coñac encima de la mesa como Obama le ha puesto los «emanems» a Rajoy, con dos cojones históricos, y resume tan onírica conversación: ¿sabes? ya no cuela aquello de que los ciudadanos debamos vivir mejor en la opresión ejercida por aquellos que marcan el paso exaltados por su poder real que no es otro que aquel que va más allá de las urnas decidiendo sobre la vida y el futuro de los ciudadanos de forma chulesca y arrogante.

Y, creyendo lo que quiere decir y para quitar hierro, le insisto por lo de Rajoy haciendo las Américas. Pero casi es peor. La lengua de Anselmo toma carrerilla por la barra del bar como infanta haciendo paseíllo, y nos ofrece una filípica cardiotónica. En este punto he de resaltar lo más importante de su conferencia al abuelo que se encontraba en la otra esquina de la barra. Dijo Anselmo que Rajoy ha ido a América a intentar cambiar, como siempre, oro por baratijas pero el resultado ahora es que nuestro presidente está encantado recontando las baratijas de saldo neoliberal que se ha traído de allí. Se fue él, tan de derechas como el que más, acompañado de otros muchos más enfundados en trajes empresarios, pero tirando de burguer que la cosa no está para tirar, a vender más de lo mismo. Eso sí con postre a base de chuches chocolateadas servidas por el mismísimo Barack de las que Rajoy debió guardarse algunas para «su niña». Así es: dejamos el oro que representa el esfuerzo ciudadano, aquel que está pagando la crisis, y los facsímiles de libros de más de 500 años, mientras se nos pone en venta a bajo precio, por más horas y sin rechistar ante los empresarios de allá que son como los de acá. España se vende, es lo que quiso decir Rajoy, incluyendo a los españoles.

Pero el pueblo ya no acepta esa sangría del paro en nombre de la salida de la crisis y su pronta recuperación económica. Quieren, los voceros de siempre, hacernos ver que Obama -aquel que ha luchado contra la desigualdad sanitaria y que ha logrado imponer su Obamacare llevando la sanidad a más de 49 millones de personas que antes no la tenían- entiende y acepta las políticas de Rajoy mientras que seguramente lo único que ha entendido el yanqui es que intenta levantar España a base de joder a unos ciudadanos que lo son mientras votan, y son considerados radicales extremistas antipatriotas el resto de la legislatura por el solo hecho de defender lo que es suyo y solo suyo. Su trabajo, su futuro, su dignidad, y, en este caso, su barrio.

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