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Niño malo, niño medicado

Es posible, por hacer sangre, que debamos seguir hablando de la Infanta imputada desde un punto de vista socialmente comparativo, pero como muchos, somos legión, saldríamos perdiendo en la comparación, ya me cansa. Toda la realeza me agota, y más verla esquiar. Porque ¿qué íbamos a comparar?

Debemos dejar que jueces y tribunales decidan -en ese corto recorrido que para algunos va de la patria al patrimonio- y retiren la venda a la justicia para que, de una vez, mire a la cara a todos por igual. Sin embargo, y aunque finalmente este recorrido termine en su indulto o en su desimputación, no podré quitarme del pensamiento el hecho de que la falta de repercusión penal para ella no sería equivalente a negar la existencia de los hechos. Hartito del tema aprovecho este artículo, y que al hijo de un buen amigo le han diagnosticado TDHA (trastorno por déficit de atención con hiperactividad), para poner en solfa algunas dudas que me asaltan sobre tal diagnostico y la manera en que los médicos, sobre todo los pediatras, tratan este tipo de fabricada, inexistente e inventada patología.

Y para ello recuerdo las opiniones de un miembro de la Comisión Ciudadana de Derechos Humanos de nuestro país que dio a conocer un extenso informe sobre tal patología. En el mismo se puede leer que los psiquiatras aseguran que casi todo niño que no sea tranquilo, callado, estudioso, tenga un comportamiento perfecto y obtenga buenos resultados académicos debe de tener un desequilibrio químico en el cerebro. El tratamiento es pues muy sencillo: darles psicofármacos. Sin embargo hay un problema con esta teoría: es falsa. Nunca se ha podido demostrar científicamente que en el TDHA haya una alteración o disbalance químico de neurotransmisores tales como la dopamina u otros. De hecho cuando a un niño se le diagnostica este trastorno ¡jamás se le solicita un análisis que confirme tal alteración! No existe ese test que pruebe ese desequilibrio químico. Eso no es cortapisa para que se interponga un tratamiento químico que teóricamente serviría para tratar un desequilibrio químico que no se puede probar. Acojonante.

Hasta los que abogan por su diagnostico (depende incluso del país donde viva el psiquiatra, espero que no de sus horas de sueño) reconocen la falta de objetividad que plantea el mismo. Pero eso no les impide recetar peligrosas anfetaminas a los niños que, según investigaciones, provocan es estos la aparición, en un 25 % de los mismos, de trastornos obsesivo-compulsivos y demás efectos secundarios que les invito a leer en la macabra relación de los mismos en su prospecto. Síntesis: no hay pruebas para demostrar tal enfermedad, uno de cada cuatro niños tiene reacciones adversas, y algunos todavía se consideran expertos en una enfermedad inexistente. Conclusión: manda huevos.

Así que no tuve más remedio que retar a mi amigo a que me enseñe las pruebas que demuestran que su hijo tiene un trastorno bioquímico en su cerebro. Sería un gran adelanto a la par que un alivio.

Esos niños son normales, solo que viven en un mundo donde su socialización está fundamentada en el hacha y en el tentetieso. Son clavos a los que del cielo les caen martillos. Poca suerte de que sus comportamientos complejos sean incomprensibles para las familias y sobre todo para un sistema social y escolar piramidal y generador de violencia, que les transforma en zombies cortando su creatividad y espontaneidad, incluso su rebeldía, volviéndolos tranquilos, sumisos y apacibles a base de hostias farmacológicas que son las mejores para el sometimiento a unas pautas impuestas por aquellos que jamás piden su opinión ni les dejan pertenecer a una estructura que teóricamente está montada por ellos y para ellos como es la académica. Todo para el pueblo pero sin el pueblo. Mención aparte merecerían algunos maestros y profesores que, por llamarlo de alguna forma, aburren hasta las piedras del riñón, y que lo último que innovaron en materia educativa fue su chaleco o el esmalte de sus uñas.

¿Vale la pena drogar a los niños para que saquen mejores notas? ¿Su futuro depende de ello? Pienso en la Infanta y aledaños y que mejor sería controlar el cada vez más depauperado ambiente familiar, social y económico, incluso su desaguisado nutricional atiborrado de azucares y demás gaitas, que es realmente lo que está detrás de esta inexistente enfermedad. ¿Se analiza el contexto de esos niños? Y si se hace ¿puede modificarse si se demuestra adverso? ¿Genera nuestro país recursos adecuados?

Ver, escuchar y emocionarse, eso necesitan los niños y jóvenes. Emocionarse hasta para estudiar. No me extrañaría que Wert, querido amigo, recomendase la patada farmacológica en las escuelas, al estilo americano, para hacer de nuestros jóvenes los mejores candidatos al paro que jamás haya producido nuestro país. Eso sí con buenas notas. Como las de cualquier Infanta, verbigracia.

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