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El club de los perros sarnosos

Una vez atravesado el desierto de la gripe, A por supuesto y sin vacunar por propia convicción, ya me encuentro en disposición de escribir desde una perspectiva fundamentalmente esencialista. La misma me inclina a sospechar de todo alimento transgénico con la misma fuerza con la que abomino de cualquier sustancia química presente en el agua que bebemos, en el aire que respiramos, en la comida que comemos y en los productos que usamos, sin estar su inocuidad suficientemente probada. Igual me pasa con la telefonía móvil, el wifi, los inalámbricos y con otras tantas leches. Incluida la de soja.

Quizás estos temores son engañosos y cualquiera pueda tacharme de defensor de la teoría del «cancerígeno del día». Sin embargo lo mío es más bien la biología intuitiva en su idea de una esencia que radica en los seres vivos y que les da unas características de funcionamiento bajo determinados límites metabólicos que no pueden ni deben suplir las sustancias químicas ajenas a tal funcionamiento. Así el miedo a las enfermedades derivadas de la colosal contaminación que padecemos no parecería tan extraño si consideramos que las intuiciones no son la única razón de nuestra percepción del peligro sino más bien de la constatación de que la política y la medicina actual, y el paradigma que sustenta a ambos, han tocado fondo. Más cuando sabemos que tal tesitura ha coincidido con el derrumbe de aquellos valores políticos que defendían a los ciudadanos y no se arrodillaban tan fácilmente ante las que se han revelado verdaderas instituciones de poder, entre ellas las multinacionales farmacéuticas, por un poner un huevo. O los dos.

Para que la intuición no me confundiese -una vez voté al PSOE en Alicante, y ya ven- me enrolé el año pasado en un curso, el primero en toda España, de Medicina Ambiental, organizado por la Complutense de Madrid. Allí conocí a varios expertos (recomiendo ver los videos de Nicolás Olea, y después hablamos) en una materia que tiene como objetivo diagnosticar y tratar las patologías humanas derivadas del entorno ambiental actual. Está bien ser intuitivo -nací en el Mediterráneo antes de que el mismo estuviera plagado de pelotitas de goma de los cojones- pero si tal cualidad se asocia al conocimiento éste se defiende mejor de lo que uno intuye. Y uno cree que la medicina oficial actual, farmacotizada, sesgada, parcelada, dirigida por múltiples intereses ajenos a la misma salud y cegada por destellos tecnológicos que en raras ocasiones llega al paciente, es, en materia ambiental, como aquella rozadura causada por un clavo que se soluciona poniéndose una tirita en la rozadura sin quitar el clavo.

Desde luego la intuición no tiene nada que ver con el saber que 100.000 productos químicos se han producido comercialmente y que de ellos solo en el 10 % se conocen sus efectos; que cada día se introducen 3 compuestos nuevos; que cerca de 700 se han añadido al agua potable y que muchos de ellos se añaden deliberadamente a los alimentos; que se ha producido un aumento del 0,8% anual en los casos de cáncer infantil; que uno de cada siete niños europeos es asmático; que en Europa el 15% de las parejas son infértiles; que el esperma de los varones se reduce un 1 % anualmente en áreas contaminadas; que las alergias se han duplicado en tan sólo 15-20 años; que los datos señalan a tal contaminación como la causa principal del aumento de los casos de cáncer en los países desarrollados y que el 75 % corresponden a mutaciones inducidas por factores medioambientales.

Claro que el problema de la contaminación química preocupa a la Comunidad Científica y a las Instituciones y por eso se han realizado declaraciones oficiales a lo largo de los años pero tales iniciativas parecen haber caído en saco roto si tenemos en cuenta que un niño europeo, los españoles ni le cuento, consume en un solo día 128 residuos químicos, 36 pesticidas diferentes y 47 sustancias sospechosas de ser cancerígenas. Pero hay más. No quiero excluir de este «suma y sigue tóxico» la situación actual de los enfermos de Fibromialgia, Síndrome de Fatiga Crónica, Sensibilidad Química Múltiple y de Electrosensibilidad, que no son más que la avanzadilla patológica de esa brutal contaminación. Unos cuatro millones de españoles. Ellos personalizan el silencio y el agotamiento impuesto por ese genético ideario neoliberal de nuestro Gobierno, y de unas instituciones sanitarias dirigidas por auténticos depredadores, que no saben qué hacer con ellos, ni con sus patologías, excepto valorar a la baja sus minusvalías y paralizar sus solicitudes de dependencia o retirarlas, excluyéndolos así de la via judicial en sus reivindicaciones. Mientras tanto los recursos que deberían serles destinados (asistenciales, económicos, sociales y administrativos) son recortados inmisericordemente, cuando no inexistentes, enviándoles directamente, como perros sarnosos, a la exclusión y a la anomia social. Bienvenidos a un club cada día más grande. Ya son casi seis millones de españoles.

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