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Por favor, no repongan  «Forrest Gump»

Este año se cumplen 20 del estreno de Forrest Gump, la película de Zemekis que recibió, nada más y nada menos, que seis óscar (cinta, dirección, actor, guión adaptado, montaje y efectos visuales). ¿Se acuerdan del argumento? Es el de un individuo con pocas luces pero que, por su buen corazón, resulta ser el protagonista de hechos cruciales de la historia. Forrest, por cuya magnífica interpretación Tom Hanks recibió la estatuilla, era un «tonto bueno» a quien las estrellas hacen que las cosas le salgan redondas. Una persona que, además de certificar que la suerte puede convertir los sueños en realidad, apuntaba que no servía de mucho esforzarse en controlar el destino.

A los españoles, entre otras a mí, entonces, la historia nos entusiasmó. Llegó a un país sumido, ¡qué casualidad!, en una crisis económica que cerraba de un portazo muchas posibilidades de trabajo. Se proyectó en una España, ¡qué casualidad también!, en la que había un clima de corrupción y desasosiego que hacía difícil mantener la esperanza. Forrest fue una historia tierna, que permitió pensar que la providencia podía contra cualquier adversidad.

Recientemente hay una avalancha de escritos que denigran sin pudor a algún expresidente de gobierno. Según se desprende de ellos, una humilde servidora se atreve a deducir que la cinta de Zemekis hizo mucho, mucho daño. Parece que el cuento inoculó el falso imaginario de que frente a la competencia, al trabajo o a la formación, para salir de apuros se requiere a gente sentimentalista. Y, si hacemos caso de todos estos textos, elegimos no una, sino dos veces mal a un presidente. Díganme si no ¿qué cosa se puede colegir por ejemplo del reciente libro de Leguina «Historia de un despropósito» donde, según Diariocritico.com, dice que «el gran organizador de derrotas/?/ se creía un iluminado/?/ que practicaba el buenismo y que tenía un peculiar 'imaginario'?»

Los españoles, que somos listos y buena gente, votamos engañados. No hay otra explicación. Nos creímos pies juntillas a Zamekis y, al final, elegimos mal. No por nuestra culpa, no. Por culpa de Forrest Gump.

Ha pasado casi un cuarto de siglo desde que se proyectó la historia por primera vez y todo ha cambiado para que nada cambie. Estoy profundamente preocupada porque me malicio que, de aquí a unos meses, empezarán los actos conmemorativos de la peli y, presumiblemente, se hará alguna que otra reposición del film de marras. Así que, sin que sirva de precedente, voy a pedirle una cosa a quienes mandan: no dejen que esta cinta vuelva a ser un éxito ni de taquilla, ni de sillón.

No vayamos a liarla, se nos olvide que la participación y la libertad son las vías para alcanzar el éxito y, dentro de un tiempo, cuando haya elecciones, votemos otra vez sugestionados. Que, ya saben, «tonto es el que hace tonterías» y van a volvernos a regañar. Si no, tiempo al tiempo.

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