Al fin se admite «iros», que nos permite mandar a la mierda de forma admitida y permitida por la Academia. Ese «iros» es cada vez más necesario porque ya nada es individual desde que hemos caído en las redes sociales. «Vete a la mierda» no plantea problema pero «idos a la mierda» contiene una contradicción entre la educación de la forma y la grosería del fondo.

Lo más frecuente -y la frecuencia ha sido el criterio definitivo para los académicos- es usar ese imperativo para indicar un destino desdeñoso. Antes, había más de un destino pero se ha quedado «la mierda» desde que no hay desdén en mandar a otros a lugares o acciones donde acuden con orgullo y por placer.

Así que nos queda «la mierda», como corresponde a una época de crisis.

Los imperativos indican una orden pero no implican una obediencia. En el caso de «iros a la mierda» nadie lo obedece. Normalmente sirve para que se queden más tiempo donde están, discutiendo de cualquier cosa menos de la localización del lugar.

La pregunta que nadie se hace es ¿dónde queda la mierda? En España siempre cerca. Ayer, en la Federación Española de Fútbol. Hay mierda en lugares tan insospechados como el Palacio de la Música en Barcelona para financiar a CiU o la Escuela Miguel Ángel Blanco para facturar de modo fraudulento gastos electorales del PP.

En España no hay que salir del país ni andar demasiado para irse a la mierda porque hay mierda por todas partes.

Nos damos cuenta sobre todo cuando preguntamos a los jóvenes emigrantes por qué se han ido de España. Aunque ha sido por imperativo económico suelen resumirlo en «porque España está hecha una mierda» y no nos queda más remedio que darles la razón.