Ya estamos más que acostumbrados a las salidas de tono del Partido Popular, ese que reclama la dimisión del responsable del Teatro Principal de Alicante por su gestión pero se olvida de que dejó tanto el Ayuntamiento de Alicante como la Generalitat intervenidos, ese que cerró Canal 9 dejando a tantos y tantos en la calle y haciendo un flaco favor a la cultura valenciana, el mismo que despilfarró millones de euros de dinero público en megaproyectos como la Ciudad de la Luz o la Ciudad de las Artes y las Ciencias y el que, durante 20 años ha ido recortando el presupuesto del Teatro Principal.

Asumir la gestión del Principal era difícil (casi imposible, diría yo): contar con 240.000 euros para programación, personal y gastos, mucho menos del dinero del que dispone cualquiera de las salas de la provincia, es un suicidio. Pero, además, hacerlo en Alicante, que durante tantos años ha sido un escenario fruto del clientelismo y sin ningún plan cultural claro, en el que los espectadores hemos dejado de tener a la ciudad como referente cultural para huir a otras salas de la provincia, resulta una hazaña propia de los textos clásicos.

Pero Francesc Sanguino pudo con eso, y más. Dejó de lado el casposismo y la «Noche de Fiesta» y presentó una programación rigurosa y de calidad en la que había presencia por primera vez del teatro de autor y de la producción valenciana. Una programación arriesgada, sí, pero que ha tratado de conceder al Teatro Principal una personalidad, una esencia con la que los espectadores puedan sentirse identificados. Y sí, es cierto que ha perdido espectadores. Un año. Porque cualquier programador sabe que cuando hay un cambio de estas características en la programación, el público necesita un período de adaptación y la afluencia se resiente, pero que ello no significa que, a medio plazo, ese público no retorne. Nos ha pasado a todos aquellos que programamos cuando hemos introducido «nuestra» programación completa.

Quizás las cuentas no sean las mejores, también es cierto que tratamos de buscar rentabilidad económica cuando deberíamos buscar rentabilidad social. A nadie se le ocurriría exigir que la Educación pública obtenga beneficios económicos como tampoco se nos ocurriría enseñar en los libros de texto los nombres de los tertulianos de Sálvame por mucho que a nuestros alumnos les pueda resultar más interesante que la Guerra de la Independencia. ¿Por qué con la Cultura no ocurre eso? ¿Por qué no vemos el beneficio que ofrece a nuestra sociedad? ¿Por qué no exigimos en la Cultura los mismos estándares de calidad que demandamos en otras áreas?

Lo que es innegable es que en estos años de gestión, Francesc Sanguino ha colocado al Teatro Principal de Alicante como el primer teatro de la Comunitat Valenciana del año cultural 2016, y el séptimo en la clasificación general según el Observatorio de la Cultura de la Fundación Contemporánea, por no hablar de que el CDN vuelve a este espacio después de tres décadas, que son casi incontables los premiados por los MAX que han pasado por la sala, que por fin se está programando de forma estable en valenciano (sí, pese a que todos sabemos que económicamente es deficitario), que ha impulsado los Premios de Teatro José Estruch y ha actuado como motor de numerosas iniciativas que han creado unas redes culturales importantísimas entre los municipios de la comarca de l'Alacantí.

Por el bien de la cultura alicantina, esperemos dos cosas: que Sanguino siga jugándosela, que siga ofreciendo calidad y rigor, aunque ello resulte menos comercial y que el Principal tenga al fin unos presupuestos, ya ni siquiera dignos, que tenga unos presupuestos reales que coloquen a la ciudad en el lugar que merece como sí los tienen las salas de las mismas características de València y Castellón.