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Dios y las sirenas

En mi escuela aprendemos de muchas y variadas cosas. En una ocasión estuvimos averiguando el significado de nuestros nombres. Para ello manejamos varios libros, en uno de los cuales aparecía el significado del nombre de Carlos.

-Mira, Carlos, en este libro dice que tu nombre significa: Dios cura.

-¡Ah, me gusta!, contesta él en tono alegre.

-Pero como Dios no existe, no sé de qué te alegras tanto, le responde Pedro en plan bravo.

-Sí que existe, comenta Lía.

-Yo lo que digo es que si Dios no existe ¿para qué existen las misas? Mi abuela ha visto hoy la misa de la tele, argumenta Luis.

-Los que creen en Dios van a la iglesia a oír la misa y los que no creen no van. No pasa nada, digo yo en plan conciliador.

-También están los que creen, pero no van a la iglesia, como yo, dice Carlos.

-Pues yo no quiero ir a la iglesia y me hacen ir, y me aburro mucho, porque no puedes ni moverte, ni hablar. Menos mal que sólo voy cuando le echan el agua a algún primo.

-También se va para casarse.

-Yo no sé si Dios existe o no, pero la sirenita Ariel sí que existe, me lo ha dicho mi mamá, afirma Luisa.

-No existe, es de mentira, sólo existen las sirenas de verdad, que están en el mar, respondía Pedro.

-¡Que no! Que las sirenas son seres mitológicos, ¿a que sí?, apuntaba Hugo.

-¡Pero Dios sí que existe, que me lo ha dicho mi papá!, seguía Luisa.

-Mi papá tampoco cree en Dios, ni yo. Mi abuela sí, es de ésas que van a la iglesia, añadía Hugo.

-Pues Dios sí que existe, que yo he ido a verlo, insistía Luisa.

-¿Adónde?

-A Terra Mítica, a la parte de los faraones, que Dios era un faraón que se murió, subió al cielo y ahora es Dios.

-¡No existe! ¡No existe!, corean Hugo y Pedro.

-Vamos a decir lo que creemos a ver quién gana, si «DIOS», o si «NO DIOS».

-¿Qué va a ganar?, me pregunta Alfredo.

-No lo sé, ¿por qué me lo preguntas a mí?

-Es que él siempre quiere votar a lo que va a ganar, me aclara su amigo.

Votan y salen 18 votos al «Sí que existe», y 5 al «No existe». Entonces Hugo me pregunta qué creo yo y le digo que no lo sé seguro. Me dicen que ponga otra raya en el gráfico con «los que no lo saben seguro», y así lo hacemos.

La conversación acaba con el recitado del «Jesusito de mi vida», que inicia Pablo y al cual se suman la mayoría de los niños, incluidos los de «Dios no existe». Una escena surrealista, unas opiniones teñidas de magia y un gracioso momento a recordar.

No es la primera vez que oigo conversaciones de este tipo, sobre ideas y significados importados de las creencias de cada familia. Pero esta vez las afirmaciones que salían contenían más sentencias que argumentación y un tono beligerante que no sé interpretar. Noto, eso sí, la mezcla que mantienen los niños entre el pensamiento mágico y el inicio del realista, y la dificultad en distinguir lo real de lo fantástico y de las creencias. También veo deseos de «ganar» a ultranza, apoyo a las opiniones de los amigos, y silencio en muchos de los niños que aún no han recabado datos sobre el tema y han preferido escuchar.

Recuerdo que antes me sentía molesta si los niños hablaban de estas cosas en clase. Me preocupaba no saber manejar la conversación, que se dijera algo que provocara quejas de alguna de las familias por no sentirse respetados en sus creencias, o bien que me preguntaran directamente a mí qué es lo que creía. Con el tiempo he ido aprendiendo a escuchar a los niños, a hacer aclaraciones si lo veo necesario, a decir lo que pienso con naturalidad y a proponer como vía el respeto a lo que cada persona cree. En cuanto a los temas trascendentes y en cuanto a las cosas de todos los días.

Lo bueno es que en la escuela se pueda hablar de los asuntos que nos andan por adentro: de la trascendencia, de la muerte, de los sentimientos, de las creencias, de la familia, del juego, del aprendizaje, de los amigos y de los enemigos. Porque este hablar desde dentro de nosotros mismos dice mucho de nuestra subjetividad, de nuestro deseo de saber, de nuestra necesidad de compañía, de nuestra búsqueda de relación con los demás, de nuestros tanteos y averiguaciones para encontrar el sentido de la vida.

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