Elya tiene nueve años y como todos los niños es feliz. O deberían serlo. Sin embargo, a veces presenta comportamientos que a algunos adultos les parece «disfuncional».

Hace unos días Elya caminaba de la mano de su madre, Pilar, por el centro comercial Gran Vía. Era un día hermoso de esos que se recuerdan por haber cumplimentado la normalidad más absoluta, pues normales y maravillosas son las cosas que en la vida y en familia se recuerdan normalmente. En un momento dado, quizás llevada por un rasgo de marcado cariño y afectividad Elya se desvía de su trayectoria y se dirige hacia una señora de unos 60 años que pasaba por el lado, a la que, en rápido movimiento, cogió de la mano, asustándola. Quizás a la niña esa señora le recordó alguna figura familiar y que podía recibir el mismo cariño que Elya suele desparramar gratuitamente a quien comprenda humanamente que destila efectivamente tal cualidad. Quizás solo fue curiosidad. Tal vez por motivos derivados del temor o la desconfianza la citada señora dio rienda suelta a sus peores genes optando por la mala sombra y el destete emocional derramando una jerga de insultos y vejaciones sobre la niña y sobre su madre que nadie, incluso los testigos allí presentes, podía entender. Nadie comprendió cómo de la boca de esa mujer pudieron salir frases tales como ¡esta niña no debería salir de casa! o ¡si fuese mi hija la tendría atada! Aportaciones tan gratuitas e hirientes solo entendibles en el contexto vital de quien desconoce el más mínimo sentido de la oportunidad tanto como el de vergüenza.

Y salgo en su defensa no porque Elya tenga un síndrome 5p- (síndrome de Lejeune o del maullido del gato, pues tal es la característica de los portadores de este trastorno cromosómico cuando son bebés debido a una formación anormal de la glotis y la laringe, junto con otros muchos problemas de desarrollo psicomotor a lo largo de toda su vida) sino simplemente porque Elya es una niña de 9 años físicos y como todos los niños, estos más, debería crecer en un ambiente social más humano, más informado e instruido y proclive a un desarrollo infantil cuya característica fundamental es la curiosidad por todo lo que les rodea y por lo que no conocen.

Tanto como pretender hacer entender a Pilar, madre de Elya y presidenta en Alicante de la Fundación síndrome 5p-, que debería salvaguardar a su hija de algunos lobos humanos tan maliciosamente involucrados en la disputa sin motivo y la falta de raciocinio ante un problema que desconocen totalmente perseverando en la crítica, simplemente, de lo distinto.

De nada le sirvió a Pilar haber dado las suficientes excusas ante tal señora sobre la conducta de su hija, si es que hacía falta darlas. De nada les sirvió a quienes apoyaron a Pilar en la justificación de esa niña. Nada le sirvió a la citada señora pues las disculpas de unos y otros y el talante pacífico y mediador de Pilar solo sirvieron para envalentonarla todavía más aumentando la paciencia y la dignidad de quien conoce profundamente el asunto y a su hija, incluso de los que desconociendo el problema fueron capaces de asumir que así, exactamente así es como reaccionan los niños.

Tan desmedida reacción no está en la niña sino en quien equivocando su respuesta confundió lo normal de lo que no lo es. Tal vez la sociedad en la que vivimos confunde lo esencial con lo circunstancial y el miedo a lo distinto guía nuestros pasos. La ansiedad en la que muchos viven y el desconocimiento voluntario de los problemas humanos es caldo de cultivo donde enraíza el miedo y la angustia que, sin ser justificantes absolutos de la propia conducta, nos hacen utilizar medios obsoletos para fines ya inadecuados. Típico caso donde quienes responden de esa manera reconvierten sus limitaciones en prejuicio alentado repentinos ataques de falta de control ante conductas ajenas que se deberían identificar como normales.

Ánimo a Pilar y a todo el gran colectivo que representa a seguir luchando por la normalización de las conductas de aquella gente que cree que lo distinto representa un peligro real para ellos. Son ellos los que necesitan un profundo tratamiento social. Vuestros hijos son distintos pero iguales ante la ley, como cualquier ciudadano. Esa distinción, en este caso cromosómica, no debe servir para sostener la falaz teoría de identificarlos como distintos más allá de su trastorno.

El problema no está en la posibilidad de que las personas puedan diferir entre sí, el problema es el razonamiento según el cual, si resulta que las personas como esta niña son diferentes entonces sería aceptable, para algunos como la citada señora, su discriminación, y no es el caso.