El pasado 17 de agosto de 2017, tras un paréntesis de trece años, el terrorismo yihadista ha logrado volver a perpetrar una masacre en España, esta vez en la cosmopolita y abierta ciudad de Barcelona, en plena temporada turística, más otra operación afortunadamente frustrada por las fuerzas y cuerpos de seguridad, en la localidad de Cambrils. Ojalá que no se produzcan más intentonas conectadas con el atentado de las Ramblas, y que todos sus responsables sean prontamente llevados ante la justicia. Mientras tanto, la ciudadanía de nuestro país ha dado un nuevo ejemplo de solidaridad con las víctimas y de entereza frente a la cobardía de los criminales.

La táctica empleada por los desalmados, la de embestir con un vehículo contra ciudadanos indefensos en calles peatonales o cortadas al tráfico, ha sido ya utilizada en otras ciudades europeas como Berlín, Londres, Estocolmo y Niza, siendo en esta última localidad francesa donde se produjo el primer y más mortífero acto terrorista, con el fallecimiento de 85 seres humanos inocentes, precisamente el día que el país vecino, aliado y amigo celebraba su más importante fiesta, el aniversario de la toma de la Bastilla. Antes, los terroristas golpearon con explosivos el metro y el aeropuerto de Bruselas, causando muchas víctimas mortales, atacando por tanto no solo la capital de Bélgica sino también, y con toda la intención, la de la Unión Europea, sin por supuesto olvidar la matanza del Bataclan en París, consumada en noviembre de 2015.

Es pues evidente que, aunque los yihadistas se han venido cebando también con ciudades como Casablanca, Marrakech, Bagdad, Alejandría o El Cairo, entre otras localidades del gran espacio mediterráneo y medio-oriental, del que Europa forma parte en todo caso, existe una dimensión europea del terrorismo internacional, tanto por el objetivo como por los medios.

Es obvio que el fanatismo de los terroristas no se dirige solamente contra los europeos y el resto del mundo occidental, sino contra toda persona, de cualquier confesión o sin ella, incluyendo musulmanes, que no secunden su ideología, que busca instaurar una sociedad teocrática en la región basada en una interpretación maliciosa y advenediza del Islam, una de las tres grandes religiones del Libro. De ahí que la cooperación del conjunto de la comunidad internacional es clave para infiltrar las redes yihadistas, y desactivar las amenazas antes de que se materialicen.

Con todo, los terroristas explotan nuestra sociedad abierta, incluyendo aspectos como la libre circulación de personas en el Espacio Schengen, para llevar a cabo sus atentados, a menudo con métodos relativamente rudimentarios, utilizando como arma mortal un camión o una furgoneta. Por tanto, cabe preguntarse si el Consejo de la Unión Europea reaccionará de una manera contundente frente al enésimo baño de sangre, o como es costumbre ventilarán el asunto con un cóctel de condolencias, buenos deseos y llamados genéricos a incrementar la «cooperación» en materia antiterrorista.

Lo cierto es que es necesaria una respuesta integral europea frente al fenómeno terrorista, y que vaya más allá de la cooperación voluntaria entre policías nacionales. Hay un ejemplo paradigmático, que no anecdótico: en el caso del Bataclan, los terroristas estaban fichados por las fuerzas de seguridad belgas pero no por las de Francia.

Es esta falta de europeización de las políticas de interior e inteligencia lo que los terroristas explotan para cometer sus atentados, entre otras cosas, como la persistencia de bolsas de pobreza, marginalidad y exclusión social, donde las redes yihadistas encuentran el terreno abonado para reclutar nuevos miembros. Pero también en esta dimensión se echa en falta una Europa más social, que proteja adecuadamente a los trabajadores, incluyendo a los inmigrantes y refugiados.

Es urgente poner en marcha un ambicioso programa para minimizar la probabilidad de nuevos atentados terroristas en la Unión Europea. En particular, habría que transformar Europol en un verdadero FBI europeo, con equipos de investigación multinacionales que puedan analizar la información agregada por los distintos servicios policiales y desplegarse en cualquier Estado miembro para apoyar en las labores de detección y desarticulación de las células terroristas. Asimismo, el intercambio de información entre las policías estatales debe ser automático.

Por último, es necesaria una estrategia europea contra la radicalización y dar un impulso decidido al diálogo intercultural en el área euromediterránea, con la finalidad de combatir la propaganda yihadista, y en el que la ciudad de Alicante, por su dimensión, historia y localización geográfica, puede y debe desempeñar un papel central.