Cuando a principio de los 90 tratabas de razonar con algún nacionalista vasco sobre la sinrazón de ETA y sobre el hecho de que detrás de los atentados y extorsiones no había ningún componente histórico-político si no simplemente el deseo de vivir del cuento gracias al esfuerzo de los demás matando a las personas que hiciera falta, llegaba un momento en que se terminaba la conversación con la consabida frase de que había que vivir en el País Vasco para comprender lo que estaba ocurriendo, como si los demás, por el hecho de haber nacido y de residir en cualquier otra Comunidad Autónoma, no tuviéramos ni la suficiente capacidad de raciocinio como para poder opinar sobre el terrorismo de ETA ni derecho alguno a hacerlo. Éramos los de fuera.
Esta clase de argumento viene a exteriorizar un profundo desprecio por todo aquel que no vive en el mismo lugar de los que, al parecer, tienen la llave para solucionar cualquier conflicto que nos afecte a todos y, por supuesto, una explicación para todas sus actuaciones y declaraciones por estrambóticas o ridículas que sean. No es casualidad que esta idea haya sido también repetida hasta la saciedad por los defensores de festejos populares donde la atracción sea torturar a un animal o directamente matarlo, como hasta hace poco se hacía en el llamado Toro de la Vega o como se sigue haciendo con el toro «embolao». Los de fuera del pueblo nunca podrán entender esta clase de fiestas: hay que ser de aquí, dicen.
Hace tiempo que en Cataluña comenzó a extenderse el ideario por parte de un sector minoritario de la población catalana de que Cataluña es una región martirizada por el resto de España, llena de problemas (esto es verdad) y cuya única solución es independizarse para evitar que el resto de españoles sigamos viviendo a su costa. Como suele ocurrir cuando se habla de nacionalismos hay un tufo racista y un desprecio atemperado por todos aquellos que no compartan esta idea. Da igual que seas de Extremadura, Argentina o de un país africano: si sigues el ideario nacionalista a rajatabla eres bienvenido. Si no lo haces, entonces prepárate amigo. De inmediato eres tachado de facha y de españolista, como si no existiese ninguna opción intermedia.
Resulta evidente que la deriva independentista de la derecha catalana tradicional representada por CIU sobrevino por tres razones concretas de entre otras que, con toda probabilidad, se podrían aducir. En primer lugar, como un medio de provocar que la ciudadanía catalana se olvidase de la profunda crisis económica en la que vive Cataluña -y su consiguiente consecuencia de desigualdad y pobreza- que se generó gracias al despilfarro y a la mala gestión de los Gobiernos catalanes desde las olimpiadas de 1992. En segundo lugar, parece haberse hecho realidad la amenaza que Jordi Pujol lanzó en el año 2014 a los diputados del Parlamento catalán en la comisión que investigó la corrupción de su familia cuando dijo que si caía él caerían todos. En realidad estaba amenazando al Estado en su conjunto con una posible independencia de Cataluña gracias a la influencia que tenía y tiene sobre Artur Mas. Y un tercer aspecto debe remitirnos obligatoriamente a junio del año 2011, fecha en que los diputados autonómicos catalanes fueron perseguidos, insultados y escupidos por las calles de Barcelona por independentistas y miembros de plataformas antideshaucios cuando se dirigían al Parlament. Aquel día el entonces presidente Artur Mas y otros miembros de su Gobierno pasaron miedo. Tuvieron que entrar en el parque de la Ciutadella en helicóptero. El mismo Artur Mas que en el año 2002 había renegado de la independencia en el libro ¿Qué piensa Artur Mas? al afirmar que la independencia era un concepto anticuado y un poco oxidado, se convirtió en firme defensor de la separación de Cataluña del resto de España.
Llama la atención que los llamados indignados residentes en Cataluña que tantas protestas y manifestaciones hicieron en su momento contra el sistema económico liberal representado por la derecha catalana de Artur Mas olvidasen, en cuanto los representantes de la CUP tocaron poder convirtiendo a la antigua CIU en rehenes de sus disparatadas ideas, todo aquello por lo que lucharon durante años. Al parecer los salvajes recortes en sanidad pública hecha por sus socios de Gobierno, la subida de impuestos a las clases medias y el hachazo que se dio a las ayudas sociales de integración desaparecieron de repente. En Cataluña han desaparecido todos los perjudicados por la corrupción absoluta de la familia Pujol, por el despilfarro de la cuentas públicas que ha generado una deuda de 75.000 millones de euros que, por supuesto, es culpa de todos los españoles menos de los gestores catalanes, y por la nefasta política de vivienda pública y social en la ciudad de Barcelona.
Pero los neo independentistas no parecen estar preocupados de vivir en una Comunidad Autónoma que ellos mismos han llevado a la ruina. Tienen la solución perfecta: se declara la independencia apoyada por el 43% de los votantes catalanes y la deuda se la queda el Estado español. La tradicional ley del embudo revestida de confeti y de publicidad cool. Qué cara más dura.