Quisiera agradecer a INFORMACIÓN, en nombre de los organizadores del curso en conmemoración del 20 aniversario de los estudios de matemáticas en la Universidad de Alicante y de los profesores del Departamento de Matemáticas, la excelente cobertura realizada, desde la publicación de mi modesta tribuna introductora De Darwin a las matemáticas en Alicante el domingo 10 de septiembre, víspera del inicio del curso, hasta las entrevistas con algunos de los ponentes, todos ellos egresados de la carrera que trabajan en los más variados campos de actividad, pasando por la crónica del emotivo acto inaugural presidido por el rector y con participación activa y pasiva de ex rectores y vicerrectores. Nuestro agradecimiento también a quienes excusaron su asistencia por problemas de agenda, con especial mención de Andrés Pedreño, bajo cuyo mandato se creó, en 1997, la Licenciatura en Matemáticas, cuyo mensaje a la audiencia tuvo la amabilidad de transmitirnos la entonces vicerrectora de Relaciones Institucionales e Internacionales Ana Laguna.

Gracias a INFORMACIÓN y a otros medios de comunicación, el público general ha podido constatar los beneficios transversales de la educación matemática, algo en lo que han insistido muchos ponentes no relacionados con la educación y la investigación, quienes creen haber sido contratados por su adaptabilidad a todo tipo de entorno, por sus habilidades modeladoras y por su capacidad para resolver problemas. Quisiera poner epílogo a esta actividad divulgativa comentando la relación entre Charles Darwin y Robert FitzRoy, y evocando a otros dos personajes menos conocidos pero que ilustran muy bien la mencionada transversalidad de las matemáticas, James Sylvester y Florence Nightingale, quienes fueron oportunamente traídos a colación por Ana Laguna en el acto inaugural.

Las cartas del fundador del evolucionismo atestiguan el mutuo respeto, si no amistad, entre él y el capitán FitzRoy, a pesar de sus diferencias ideológicas (Darwin era liberal y FitzRoy conservador). Las cartas de Darwin solo mencionan dos puntos de fricción durante la larga travesía del bergantín de poco más de 20 metros de eslora, elegido por FitzRoy para realizar una expedición que duraría cinco años, con más de 60 tripulantes a bordo: la discrepancia respecto de la esclavitud y del requisito, por las universidades inglesas de la época (incluida la de Cambridge), del acatamiento del dogma anglicano para poder recibirse.

Uno de los damnificados por el requisito religioso fue un muchacho origen judío, James Joseph, que ingresó en la Universidad de Cambridge en 1831 para estudiar matemáticas, mientras se acondicionaba el Beagle para la expedición. Podemos conjeturar que el cambio de su apellido, Joseph, por el gentil Sylvester (probable homenaje al papa Silvestre II, el matemático francés Gerbert D'Aurillac formado en el monasterio de Ripoll que introdujo el cero en Europa, quien pilotó la cristiandad alrededor del año 1000, fecha del supuesto fin del mundo para muchos milenaristas), tenía por objeto ocultar su origen para evitarse discriminaciones. Sin embargo, superado el «tripos» (examen fin de carrera), se negó Sylvester a firmar la mencionada declaración de fe anglicana, teniendo que posponer varios años la recepción del título, que acabaría siendo emitido en 1841 por el más tolerante Trinity College de Dublín.

Las dificultades de Sylvester para desarrollar una carrera académica por mor de la discriminación religiosa le obligaron a ganarse la vida trabajando en una oficina y dando clases particulares de matemáticas, por ejemplo a Florence Nightingale (otro apellido trucho, aunque el cambio lo realizó su padre), quien ni siquiera pudo estudiar matemáticas, como deseaba, por su condición femenina. Sylvester, algebrista y geómetra en su tiempo libre (y en el que «robaba» a la firma aseguradora que le pagaba), fundó la matemática actuarial, mientras que Nightingale, por su parte, fundó la epidemiología (y la enfermería moderna) mientras trabajaba de enfermera voluntaria en la Guerra de Crimea.

En cuanto al vice-almirante FitzRoy, es muy posible que, de haber sabido que pasaría a la posteridad a través de la meteorología (disciplina que se considera por él fundada con sus partes diarios a bordo del Beagle), y de la toponimia que ha llevado su nombre a los cuatro confines, es muy probable que no se hubiera cortado el cuello a los 60 años con su navaja barbera, al sentirse agobiado por una profunda depresión a la que no era ajena su bancarrota personal.

En el ámbito hispánico, quienes hayan viajado a la Patagonia argentina recordarán el impresionante cerro que lleva su nombre (tan alto como nuestro Veleta), situado no muy lejos del Perito Moreno, que hace de réplica oriental a las hermosas Torres del Paine, situadas en la misma latitud, pero en el lado chileno de la Cordillera.