La novela que voy a comentarles en estas líneas, se promociona con el aval de nombres ilustres, como en un cóctel sabiamente combinado, que pretende aunar variados y exquisitos sabores. Nada nuevo en el ámbito publicitario editorial. Citar como referencia a Peckinpah es recurso infalible para gente en la edad del cronista que, un día lejano de 1964, supo, viendo Duelo en la Alta Sierra, que algo estaba cambiando en el universo del western. Mentar a Faulkner y a O' Connor solo puede entenderse como una referencia a personajes problemáticos, faltos, por lo general, de un hervor, que en alguna región de la América profunda, se dejan llevar por las pasiones más primarias o las acciones más extravagantes. También podría hacer alusión a un estilo críptico y alambicado que se sobrepone a la historia y la construye en función de un original, y casi descabellado, uso del lenguaje escrito. Pero no es el caso. Recurrir, por último, a los nombres de los hermanos Cohen o a Tarantino es ya carnaza en el anzuelo para jóvenes lectores que, superado el influjo de Peckinpah, se decantan por formulas más radicales y modernas en el uso de la acción y la violencia. Pero ¿Quién puede resistirse a degustar esta suerte de combinado literario y cinematográfico? ¿Quién va a dejar de comprar El banquete celestial (Randon House, 2017), una novela de Donald Roy Pollock, que viaja en tales compañías?

El banquete celestial es, ya queda sugerido, un western coral, tardío, ambientado en 1917, que, centrado en la historia de los hermanos Jewett, transita por los parajes de la frontera entre Georgia y Alabama, para descubrirnos una sociedad que parece estar más próxima a los primeros descendientes de Adán y Eva, que al mundo convulso que se encontraba sumido en plena Primera Guerra Mundial. Una suerte de Odisea protagonizada por una familia de asesinos que, en la búsqueda de una Itaca imposible, va poniendo al descubierto la vida de una galería de personajes rufianescos y estrambóticos en un ambiente rural donde la nobleza y la generosidad solo habita en el corazón de los simples ?como ocurre con uno de los personajes, un solitario inspector de letrinas, herido por la soledad- y cuyo universo cultural esta poblado de referencias bíblicas, tan absurdas, como las que llenan la cabeza del padre de los Jewett: un hijo directo de O'Connor que sueña en un banquete celestial del que solo podrá gozar tras la muerte.

Narrada con un estilo directo y un léxico descarnado, la novela de Pollock discurre como un río de aguas veloces, salpicado de afluentes que aportan un caudal de historias adicionales, enriquecedoras y que van a parar a un delta donde todo confluye entre la lógica de lo previsible y alguna concesión complaciente a un sinfín de estragos y calamidades. Entretiene, sorprende en algunos momentos, y compensa su precio, cada vez más desorbitado en este mundo de los libros. Un mundo en el que acabará introduciéndose la piratería inalámbrica si los pobres continúan aferrados al maldito vicio de la lectura y no quieren unirse a la banda de los Jewett que, a la sazón, se hicieron malos y salteadores, por leer novelas baratas del salvaje Oeste.