Cuando explico en clase las estructuras de dominación que configuran las relaciones sociales de poder presto especial atención a la estructura patriarcal, por ser una de las ignoradas o excluidas del ámbito del conocimiento científico y, sin embargo, la más antigua y persistente de todas ellas. Para dar cuenta de la existencia del patriarcado en la Antigüedad y de su forma de legitimación utilizo pequeños fragmentos de conocidas obras de los filósofos clásicos del pensamiento occidental referidas al modelo ideal de Estado.

En un pasaje de La República, obra más conocida por el célebre «mito de la caverna», Platón afirma la superioridad masculina a través de un pequeño diálogo entre los personajes de Sócrates y Glaucón. En él, Sócrates pregunta a Glaucón: «¿Conoces alguna profesión humana en la que el género masculino no sea superior al género femenino en todos los aspectos? No perdamos el tiempo en hablar de tejido y de confección de pasteles y de guisos, trabajos para los que las mujeres parecen tener cierto talento y en los que sería completamente ridículo que resultaran vencidas». Y responde Glaucón: «Es verdad que prácticamente en todas las cosas, uno de los sexos es muy inferior al otro. No es que no haya muchas mujeres mejores que muchos hombres en muchos aspectos; pero, en general, las cosas son como tú dices».

Vestido y alimentación son tareas asignadas a las mujeres de forma «natural», como si hubiéramos nacido genéticamente predispuestas para su realización y que en ese periodo de la historia, aun siendo necesarias para el sustento de la vida, para la atención a necesidades básicas, no tienen valor, desarrollándose en el ámbito doméstico o familiar. Solo en pleno desarrollo del capitalismo (esa otra gran estructura de dominación), en el siglo XX, dichas actividades formarán parte del mercado, un ámbito de relevancia pública y donde se mide el poder y el éxito social. Y entonces, contrariamente a lo que ha sucedido a lo largo de la historia, parece que el «talento» para esas tareas como el tejido (ahora convertido en «moda») o como la confección de pasteles y de guisos (ahora denominada «gastronomía») lo tienen los hombres. Ejemplos hay en abundancia y bien recientes. La marca «Alicante, ciudad del arroz», estrategia de promoción turística y cultural, ha arrancado hace tres semanas con unos cursos de cocina impartidos por ocho grandes «maestros arroceros», todos hombres. Y todavía me escuecen las retinas al ver la foto de la segunda edición de los Premios de Gastronomía de Madrid, donde los diez galardones se concedieron a hombres. Bueno, excepto uno, el del «Reconocimiento a Toda una Vida», que fue compartido por un hombre y una mujer. ¿No será que no hablamos de una cuestión de talento, sino de poder?