No soy un purista en la cosa lingüística. Plantearlo como una cruzada es hacerlo contra molinos de viento. Pero es mi mundo y es lógico que me interese en él (ya dediqué un librito al tema de política lingüística y lenguas minoritarias allá a principios de los 80 que, por cierto, se tradujo al polaco ?el de Polonia, claro, no el otro?). El caso es que, vistas las reacciones a un artículo mío que, con esta misma temática, me publicó INFORMACIÓN el 11 de octubre y en el que jugaba con los anglicismos localizables en prensa y anuncios, pensé en repetir la aventura. Pero non bis in ídem, mejor no repetir. Así que lo que voy a hacer es agrupar, no sé si con las preceptivas cursivas, nuevas palabras inglesas que he encontrado, en medios españoles, entre aquel artículo y este, intentando hacerlo de modo que se puedan extraer consecuencias que temo no van a ser sorprendentes. Sea como sea, no importa si usted no entiende algunos de estos palabros: yo tampoco. O sea, que tendremos que seguir cursos para estar a la altura de las circunstancias e incluso para saber en qué grupo habría que clasificar estos términos. Pues eso: ahí van, caprichosamente agrupados (como digo, ya no incluyo los que aporté en el artículo anterior).

Grupo 1: software, cookies, on line, play station, smart watch, roboadvisor.

Grupo 2: staff, coworking, home team, renting, outlet, fast food, cash&carry, designer, light, leasing, catering.

Grupo 3: media center, wags (e.d. wives and girlfriends), prime time, fan, thriller, glam rock, britpop, punk, fan, rave, mover (que no dirty dancing), suspense, RACE Village, spot, grunge.

Cajón de sastre: expats, spin off, melting pot, predator, queer.

Le he dado un vistazo a mi pasado artículo y me confirmo en la impresión de que estamos hablando (y nunca mejor dicho) de palabras que tienen que ver con actividades que antes se llamaban «modernas», después se dijo que estaban «in» y ahora se etiquetan como «cool». Saltan a la vista (y al oído) las que tienen que ver con nuevas tecnologías en las que no es que hayamos aportado mucho en castellano o catalán, así que usamos el término de su inventor. Después está el campo de la actividad comercial (la enseñanza también se vende) donde aparece la moda o la necesidad en común con las tecnologías. Finalmente, están las que tienen que ver con el ocio o entretenimiento o con comportamientos que o no existían o eran ocultados pudorosamente. Ahí la moda es rampante.

Más en general. Están las cosas que no tenían nombre y les hemos dado el primero que hemos encontrado. Después están las cosas que sí tenían nombre pero que el inglés nos permite ahorrar espacio y tiempo. Y, muy en particular, hay nombres que muestran la presencia de una «cultura superior» a la que nos sometemos ante tanto poderío. No tendríamos que extrañarnos si recordáramos la enorme cantidad de arabismos que persisten en el castellano no solo en el lenguaje, sino también en la toponimia (mi favorito: el cartel que, en la carretera a Benimaurell, marca la dirección a Benidorm, Altea y Guadalest).

Se podrá discutir si el inglés es una lingua franca que se utiliza para la comunicación entre hablantes de otras lenguas que la usan como puente (en países multilingües como la India, el inglés cumple con esa misión, como el suajili lo hace en África, siendo, además, lengua oficial en algunos países ?es la lengua en la que se dice hakuna matata?) o si es una «lengua del imperio» que impone su poder como su país de origen (primero Inglaterra, ahora los Estados Unidos) imponen o impusieron su hegemonía en el sistema mundial. Probablemente se trata de una mezcla de ambos factores, sobre todo si se entra en el oscuro mundo de las revistas de mucho prestigio a las que hay que pagar para que te publiquen (por supuesto, en inglés). Por un momento he tenido la tentación de aplicar esta distinción entre lingua franca y «lengua del imperio» al caso del castellano, mi lengua habitual, pero he preferido no meterme en ese jardín.

De momento, levanto acta de la creciente presencia de vocablos ingleses en los medios y en contextos inesperados, como el caso de un periódico valenciano que, para explicar qué iba a hacer la Conselleria del ramo en el asunto del valenciano, utilizó la palabra «influencers» ya en el titular. Algo nos indica y habrá que seguir su evolución hasta llegar a un futuro spanglish.