Charles Baudelaire llegó a Bruselas huyendo de la censura y de las multas por inmoralidad que había cosechado en Francia «Las flores del mal». Quiso ganarse la vida dando conferencias pero no tuvo público y la sífilis le dejó medio paralizado. Con el cuerpo enfermo y el ego herido escribió «¡Pobre Bélgica!». El golpe de Estado de Napoleón III enojó políticamente a Víctor Hugo. El policía al que le tocó llevárselo preso se negó a detenerlo y el escritor se exilió en Bruselas y se avecindó en la Gran Place. Desde allí escribió el panfleto «Napoleón, el pequeño» por el que lo echaron de Bélgica. A los 27 años, expulsado de Francia por escribir en el periódico radical alemán «Vorwärts!» (Adelante) con sede en París, Karl Marx se exilió en Bruselas después de haber aceptado la condición de no publicar ningún escrito sobre la política contemporánea. En la capital belga habían acabado muchos socialistas europeos. Engels también. Allí colaboraron estrechamente y rumiaron las bases de lo que acabaría siendo «El manifiesto comunista», que publicaron en Londres. Con sus preocupaciones del siglo XIX y su ideología del siglo XIX Carles Puigdemont y siete de los suyos están en Bruselas haciendo la versión del siglo XIX europeo de los «Monty Python». Aunque no se le puede comparar a Baudelaire, Hugo, ni Marx, no se puede decir que Puigdemont no tenga obra. Sin escribir más que contradicciones se ha convertido en un autor con un territorio imaginario -una República independiente de Cataluña que ha durado unas horas- donde quiere seguir siendo presidente y donde le acompañan una porción de catalanes que, exiliados de la realidad y con su líder en el extranjero, necesitan asilo psicológico.