En la tercera década del siglo XXI estaremos inmersos en un tráfico de datos móviles inimaginable. Si entre 2009 y 2010 vivimos en telefonía móvil lo que entonces se denominó el «tsunami de datos» estamos a las puertas de repetir dicha situación a partir de 2020. Aquella primera oleada fue la causa de que los despliegues de la época, basados en la tercera generación de estándares del Third Generation Partnership Project (3GPP), en coexistencia con GSM, quedaran rápidamente desbordados en capacidad. Desde ese momento se aceleró la definición, estandarización y puesta en marcha de la tecnología Long Term Evolution (LTE), aunque no empezó a estar realmente operativa comercialmente hasta finales de 2013.

Esta cuarta generación de redes basada en LTE ha mejorado los accesos a contenidos multimedia en línea, tanto audio como vídeo, lo cual a su vez hace aumentar la demanda y las necesidades de mayor capacidad para dicho tipo de conexiones. Por comparación con lo que sucedía hace solo 5 años, la carga de información, de fotos o vídeos, desde teléfonos inteligentes, es infinitamente mayor que la que los anteriores estándares habían previsto.

El mercado de aplicaciones (APPs) se ha disparado también gracias al progreso en los sistemas operativos y a la facilidad para programar y publicar dichas APPs. Esto ha planteado nuevos retos en seguridad en redes móviles, especialmente cuando las APPs tratan con datos sensibles del usuario o implican transacciones, como el pago por móvil, que requieren un alto grado de seguridad, a la vez que agilidad y fiabilidad en las comunicaciones.

Además de las nuevas aplicaciones móviles, se evoluciona hacia un concepto en el que el terminal se convierte en parte de la red, como un nodo más de la red de acceso radio. En esencia, se trata de dotar al terminal de la función de repetidor (relay), facilitando la extensión de cobertura o la provisión de acceso a otros dispositivos inalámbricos. Una de las primeras aplicaciones de este concepto son los vehículos, a los que muchos fabricantes están incorporando ya unidades WiFi o femtoceldas LTE para ofrecer acceso inalámbrico a pasajeros y, eventualmente, al entorno del vehículo cuando este disponga de recursos libres o esté estacionado. Este sector se espera que realice importantes inversiones y progrese rápidamente a medio plazo, por el gran número de vehículos circulando en zonas desarrolladas. Gracias a ello los sistemas de seguridad vial activos será la tecnología que más va a evolucionar en los próximos años, en base a enlaces directos entre vehículos, lo que se conoce como comunicación dispositivo a dispositivo o «Device to Device» (D2D).

Se idealiza también al móvil futuro como colector de información local, recopilando datos de sensores en su entorno que canaliza hacia la red para su uso en el marco de la Internet de las Cosas (IoT). Si a principio de siglo se produjo la convergencia entre Internet y telefonía móvil, se espera que a partir de 2020 se llegue a una situación parecida entre IoT y telefonía móvil, es decir, que el móvil sea además el elemento a través del cual se canalicen datos provenientes de los dispositivos IoT.

Para que el móvil pase a ser una de las piezas centrales de la red de acceso, ésta tiene que cambiar su arquitectura, hasta ahora vertical y centralizada, pensada para la operación en exclusiva por parte de un operador de forma monolítica, y pasar a ser una completamente flexible, separando e independizando los procesos de gestión de usuario y conexiones, y en la que además se dé cabida a todos los tipos de comunicaciones posibles entre personas, vehículos, sensores, máquinas y cualquier otro tipo de dispositivo conectado inalámbricamente.

Si, en efecto, se dispara la implantación del IoT antes de 2020, y se evoluciona tan rápidamente como hasta ahora en el mercado de aplicaciones móviles personales y en la conectividad de vehículos, las redes 4G no están capacitadas para soportar el volumen y tipología de tráfico que se espera en este escenario futuro. Es necesario, y así se está haciendo desde 2013 en Europa, estandarizar una nueva generación de redes móviles ultra-flexibles, de mayor capacidad y velocidad, de alta fiabilidad y disponibilidad, compatibles con los sistemas actuales y operables en las bandas de frecuencia identificadas para servicio móvil. El horizonte para este nuevo estándar de telefonía móvil de 5ª generación está próximo, y debe llegar al mercado antes de la siguiente revolución que de nuevo dispare la rampa de crecimiento de tráfico, previsiblemente para no mucho más tarde del año 2020.