Tal vez recuerde el lector una conferencia que, con ocasión del Encuentro FOCUS Pyme Marina Baixa celebrado en Benidorm hace dos meses, ofreció el reconocido chef Ferran Adrià. En aquella conferencia en la que se presentó una guía para ayudar a aquellos que tengan la intención de abrir un restaurante hizo Adrià un breve resumen de los posibles elementos negativos que en un plano personal afectan a los emprendedores que se deciden por la hostelería sin ninguna experiencia previa, siendo el más importante el cambio de vida que se produce a pesar de que en los últimos años la sociedad española ha experimentado numerosos cambios sociales que deberían haber modificado la percepción que tenemos del ocio y de lo que entendemos por una vida normal.

Pero hoy vamos a centrarnos no tanto en la charla que dio el alma mater del que fuera mejor restaurante del mundo durante cinco años sino en lo extraño del cierre del restaurante El Bulli en el año 2011 sin que se diera una explicación comprensible. Más bien fue al contrario.

Ferran Adrià convocó a los medios de comunicación una tarde de invierno del 2010 para anunciar el inminente cierre del restaurante El Bulli y el inicio de un nuevo proyecto y una nueva etapa. Con confusas razones, Adrià trató de explicar los motivos del cierre y del extraño giro por el que El Bulli pasó a ser una fundación privada que tendría el pomposo nombre de «El Bulli Foundation» con esa extraña manía que tenemos los españoles de titular en inglés cualquier cosa que hacemos. Si tan sorprendente fue el cierre de un restaurante que por aquel entonces estaba en la cima de la popularidad, con decenas de medios de comunicación llamando a sus puertas a diario solicitando entrevistas a sus propietarios, todo ello enmarcado en una casi locura colectiva que coronó a un establecimiento que lo único que hacía era algo tan simple como servir comidas y bebidas en algo parecido a un nuevo Oráculo de Delfos, más extraño resultó aún que se convirtiera en una fundación dado el régimen jurídico aplicable.

Fruto de esa nebulosa transformación ha sido la casi nula presencia que esta fundación ha tenido, por lo menos en la sociedad española, desde su creación más allá de la participación de Adrià en algunos eventos empresariales. Podríamos haber entendido el cierre de El Bulli como una lógica necesidad de descanso de Ferran Adrià o también como un paso previo a la puesta en marcha de un think tank empresarial -tan de moda en estos últimos años- con el que facturar conferencias y asesorías empresariales a buen precio, pero la utilización de la figura jurídica de la fundación fue un elemento más que contribuyó a crear una gran confusión sobre las verdaderas causas de su cierre.

En 2013, dos años después del cierre de El Bulli, se emitió por televisión un documental en el que con el título El Bulli, el último vals se narraba la última cena que dio este restaurante antes de su cierre. Al mismo tiempo se hacía en él un resumen de los años de existencia de El Bulli con la participación de un grupo numeroso de extrabajadores que se habían ido para dirigir otros restaurantes. He de reconocer que nunca he comprendido la importancia que se ha dado a la cocina en España en estos últimos años y que me aburren los programas televisivos de concursos de cocina. Pero me interesó aquel documental para ver si podía averiguar las verdaderas causas del cierre de El Bulli toda vez que, como ya he dicho, la creación de una fundación vacía de contenido parecía lo que realmente era: una forma de evitar tener que dar explicaciones sobre el cierre de un restaurante que, por los motivos que fuesen, se había convertido en un icono español para el resto del mundo, en una imagen de la vanguardia española.

En la última parte del documental se puede observar una escena reveladora. Asistimos a una reunión de Ferran Adrià con los responsables de diferentes áreas de El Bulli. Se observa la que es una tensa conversación de la que se puede deducir (la discusión ha sido borrada) la existencia de una prolongada reivindicación en el tiempo de las diez o quince personas que formaban parte del núcleo duro de El Bulli. Se escucha decir brevemente a alguna de estas personas su cansancio por jornadas laborales de 14 o más horas diarias y por el hecho de que sólo vean a sus familias un día a la semana y en ocasiones ni siquiera ese día. Seguí atentamente aquella conversación que justificaba el haber tenido que ver estoicamente un aburrido documental (al menos para mi) de tres horas. Ahí tenía el verdadero motivo del cierre del restaurante estrella español. Los trabajadores con mayor responsabilidad del restaurante, ninguno de ellos con una antigüedad mayor de 5 años, pedían horarios que les permitiesen tener una vida digna lejos, por tanto, de jornadas maratonianas que convertían un día libre a la semana en una anécdota inservible en el que no se sabía qué hacer. Ese fue el verdadero motivo del cierre de El Bulli.