Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Gerardo Muñoz

Momentos de Alicante

Gerardo Muñoz

Inquietante resplandor púrpura

Aquella tarde del 3 de marzo de 1915, después de haber pasado unas horas de permiso en la ciudad, el santanderino Nemesio Cavie y el argentino Juan Groy se disponían a embarcar en el vapor en el que servían como marineros, fondeado en el muelle de Poniente, cuando se produjo una fortísima explosión en el depósito de proa del barco.

Procedente de Nueva York, el vapor Tiflis había descargado esa misma mañana 1.500 toneladas de petróleo en el puerto alicantino, para la casa Fourcade y Provot, y portaba en sus depósitos otras 800, que debía transportar hasta la refinería que la compañía Deutchs tenía en Sevilla.

El Tiflis llevaba bandera belga porque pertenecía a una sociedad industrial y comercial de Amberes. Su casco de acero contaba con 305 pies de eslora, 40 de manga y 25 de puntal en bodega. Su maquinaria, de 265 caballos nominales, había sido construida en 1900 por una compañía de Newcastle. Su valor rondaba las 500.000 pesetas y estaba asegurado por otra compañía inglesa, la Lloyd.

La tripulación estaba compuesta por 30 hombres de distintas nacionalidades. El capitán, los dos oficiales y tres de los cuatro maquinistas eran belgas. El segundo maquinista era holandés.

El práctico del puerto alicantino, Joaquín Pérez, estaba a bordo cuando se produjo la explosión del depósito de proa, provocando un incendio que se extendió rápidamente por el barco. Alguien, al parecer, había cometido la imprudencia de encender una cerilla o arrojar una colilla en la caja de cadenas. Pérez se preparaba para dirigir las maniobras de salida del puerto y el capitán acababa de ordenar que se levaran anclas, pero esta operación no pudo llevarse a cabo.

Como consecuencia de la explosión murieron al instante cuatro tripulantes: los fogoneros Jonssens, de 30 años, y Setters, de 28; y los marineros Víctor Roeland y Mepliziales. Roeland era un belga de 28 años que había sido hecho prisionero por los alemanes el 2 de agosto anterior, pero que logró evadirse y llegar a Nueva York, donde embarcó en el Tiflis. Mepliziales era un griego de la isla de Andros y de edad avanzada, realizaba su último viaje y se disponía a desembarcar.

Cavie y Groy subieron a bordo del Tiflis para ayudar en la evacuación de sus compañeros heridos, uniéndose en esta labor a los tripulantes del vapor holandés Seses, que estaba fondeado cerca. También los faluchos y laúdes más próximos, así como algunos botes de servicio del puerto, atracaron al costado del Tiflis para transbordar a la tripulación.

Los heridos fueron trasladados al Club de Regatas, y desde allí fueron llevados a la Casa de Socorro o al retén que la Cruz Roja estableció rápidamente en la Plaza de Isabel II. El trabajador del muelle Antonio Campañ fue atendido de una contusión en la cabeza, y el alicantino Antonio Román Martínez, que había comido a bordo del Tiflis, fue curado de varias quemaduras.

Los heridos más graves fueron enviados al hospital. Uno de ellos murió durante el traslado: el inglés Julio Asito, que trabajaba como carpintero en el buque siniestrado.

No tardaron en acudir al puerto las autoridades civiles y de Marina. La Guardia Civil y la Urbana recibieron órdenes de despejar el espacio comprendido desde la mitad del parque de Canalejas hasta la entrada del paseo de Gomis.

A las siete de la tarde las llamas que devoraban el Tiflis tomaron más fuerza, envolviendo el buque con un espeso humo que se elevaba hacia el cielo en densas espirales.

Las terrazas del Casino y de los cafés de la Explanada estaban repletas de curiosos.

Por la noche, el espectáculo que mostraba el incendio del Tiflis era tan atrayente como amenazador. Las enormes llamas alumbraban el agua del mar y la bóveda celeste como una gigantesca antorcha.

Entre la población se extendió rápidamente tanto el temor como la indignación, censurando a las autoridades que no hubiesen ordenado el remolque del Tiflis hasta fuera del puerto. El ingeniero de la Junta de las Obras del Puerto, Próspero Lafarga, había expuesto la idea de que los buzos portuarios atasen las anclas del Tiflis a una cadena, para que fuese remolcado por uno de los vapores que había en la dársena, alejando así la amenaza de que el incendio se extendiera a la ciudad si explotaban los otros depósitos del buque que contenían petróleo, pero su propuesta no se puso en práctica. Ante esta amenaza, muchas familias que habitaban en el paseo de los Mártires y en las calles adyacentes abandonaron sus viviendas, y durante toda la noche numerosos alicantinos huyeron en automóviles y carruajes a los pueblos vecinos.

Los supervivientes del Tiflis se refugiaron en un principio en el despacho del consignatario alicantino al que estaba asignado el barco, Arturo López, quien les buscó hospedaje en colaboración con el cónsul belga. El capitán, los oficiales y los maquinistas se alojaron en la casa de huéspedes establecida en Gravina 13, y la tripulación en la posada Ramis.

En la madrugada del día 4, procedente de Cartagena, arribó al puerto alicantino el torpedero Terror, que tenía el encargo de hundir el Tiflis, si así lo creía conveniente el comandante de Marina. A las ocho de la mañana, con un intervalo de diez minutos, se produjeron dos explosiones en el Tiflis, que pusieron en alarma a todo el vecindario.

El incendio en el buque cobró más fuerza, a pesar de los esfuerzos de los bomberos, que intentaban extinguirlo desde el muelle. Corrió el rumor de que los depósitos que contenían el petróleo destinado a la refinería sevillana aún estaban intactos, lo que incrementó el temor a nuevas explosiones.

Volvió a anochecer en Alicante y el Tiflis continuaba ardiendo. Grandes lenguas de fuego teñían el mar de un inquietante resplandor púrpura. El fulgor de las llamas, que en la embarcación ya habían alcanzado el castillete del puente, ofrecía un espectáculo horroroso pero hipnotizante, contemplado por multitud de curiosos. El reflejo iluminaba las fachadas de los edificios del paseo de los Mártires.

A las once de aquella noche se produjo un incidente en el Café Español. Algunos clientes observaban desde la terraza el incendio del Tiflis, mientras que otros jugaban al dominó o participaban en sus habituales tertulias, en el salón. De repente, el toque de corneta con el que se avisaba a los bomberos que debían descansar, coincidió con una fuerte llamarada desprendida del vapor siniestrado. Tan inesperada coincidencia provocó el pánico entre los clientes del Español. Muchos corrieron en estampida hacia las puertas que daban a las calles de San Fernando y Coloma, derribando sillas y atropellándose. Una señora y una niña tuvieron que ser asistidas de heridas leves.

Los periódicos alicantinos coincidieron al día siguiente en sus críticas a las autoridades locales por no haber sabido prevenir el grave peligro que había corrido la ciudad, al no haber querido o sabido remolcar el Tiflis hasta fuera del puerto.

Ese viernes 5 amaneció con el Tiflis todavía ardiendo frente a la playa de Babel. El fuego ya había alcanzado las dos terceras partes del vapor belga. No obstante, el temor a una nueva explosión había desaparecido y una gran parte de las fuerzas de seguridad ya había sido retirada del puerto. Algunos guardias civiles y municipales quedaban aún para impedir que los curiosos se aproximasen al muelle de Poniente. Muchos alicantinos seguían aglomerándose en las aceras y los cafés de la Explanada. Quienes vivían en los edificios de la fachada marítima permanecían casi todo el tiempo en las azoteas y balcones, mirando el fuego y la gruesa columna de humo que ascendía hacia el cielo. Tanto el humo como el resplandor de las llamas llegaban a ser visibles desde los pueblos vecinos, y también desde la sierra de la Carrasqueta, según dijeron algunos viajeros llegados de Alcoy.

A las once de la mañana, en el cementerio protestante, el pastor evangélico Francisco Albricias ofició en francés el servicio fúnebre de la primera víctima en el incendio del Tiflis, en presencia del cónsul belga y la tripulación superviviente.

Por la tarde, el incendio en el buque continuaba, aunque con menos fuerza. Aprovechando que la popa estaba intacta, algunos marineros intentaron subir a bordo para recoger algo de ropa, pero no pudieron. El consignatario López se encargó de comprar a la tripulación la indumentaria que precisaba.

El día 7 seguía ardiendo el Tiflis. Hubo otra explosión, pero se redujo a una gran lluvia de arena que cayó sobre el mar. Al día siguiente continuaba el incendio. Los trabajos de extinción avanzaban costosamente.

El barco dejó de arder el jueves 11. El incendio duró, por tanto, ocho días. El viernes lograron encenderse las calderas del Tiflis y llevarlo hasta la fábrica de Deutsch y Cía., en la Cantera, donde se procedió a descargar las 800 toneladas de combustible que quedaban aún en sus depósitos.

Después de ser reparado, el Tiflis puso rumbo a Barcelona.

www.gerardomunoz.com

También puedes seguirme en

www.curiosidario.es

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats