El fenómeno de la gentrificación viene ocupando debates, análisis y reflexiones desde hace tiempo en todos aquellos preocupados por las ciudades. Así, hace pocas semanas, respondiendo a la invitación que me realizó el profesor Armando Ortuño para asistir a una de sus clases de Urbanismo en la Universidad de Alicante, junto con el catedrático José Ramón Navarro Vera, intercambiamos opiniones sobre estos procesos tan destructivos y su posible impacto en nuestra ciudad.

El concepto de gentrificación surge en el año 1963 de la mano de la socióloga Ruth Glass, en un estudio sobre las transformaciones socioespaciales que experimentaban algunos barrios londinenses. Por vez primera, empleó en esta investigación el término al hablar de «gentry», la pequeña nobleza rural británica que se trasladaba al centro de Londres, desplazando así a los habitantes tradicionales de clase obrera, al tiempo que rehabilitaban los edificios y viviendas degradadas que éstos ocupaban anteriormente. Desde entonces, la gentrificación se utiliza para definir los procesos urbanos mediante los cuales se produce un reemplazo progresivo de la población original de un barrio o zona céntrica deteriorada y abandonada, ocupada por población de bajo poder adquisitivo, que es sustituida por otra con mayores recursos tras la revalorización de la zona mediante la rehabilitación de las viviendas y la recualificación de los barrios, generalmente por medio de procesos especulativos.

Numerosas ciudades en todo el mundo han vivido este fenómeno, en mayor o menor medida, planteando debates de un enorme calado en torno al derecho a la ciudad y la progresiva «elitización» de los espacios más cualificados de sus barrios céntricos, junto a la desposesión urbana de las clases populares, como han hecho los geógrafos Neil Smith y David Harvey o el sociólogo Jean-Pierre Garnier. Desde Lower East Side (Nueva York), a Kreuzberg (Berlín), pasando por Belleville (París) o Southwark (Londres), sin olvidar barrios en España como Chueca (Madrid), Ruzafa (Valencia), La Magdalena (Zaragoza), San Francisco (Bilbao) y el Raval (Barcelona), son numerosos los ejemplos de espacios en todo el mundo que han vivido este fenómeno y padecen sus dañinos efectos, con visiones enfrentadas, entre los que celebran el renacer de barrios degradados y revalorizados, frente a los que lamentan la expulsión de los habitantes más pobres de las zonas más cualificadas de las ciudades junto a la desaparición de comercios y espacios tradicionales. Surgen así nuevos espacios estandarizados, plagados de negocios franquiciados y tiendas elitistas para sus nuevos pobladores, de manera que la aparente «regeneración urbana» para cambiar espacios acaba sustituyendo a las personas que allí vivían.

Un magnífico libro se sumó recientemente al debate, estudiando el impacto de este fenómeno desde una perspectiva sugerente y con referencias a algunos de los barrios que en todo el mundo han vivido este proceso. Con el llamativo título de «First we take Manhattan, se vende ciudad. La destrucción creativa de las ciudades» (Los libros de La Catarata, 2016), sus autores, el sociólogo Daniel Sorando y el urbanista Álvaro Ardura analizan los motivos por los que numerosos centros urbanos en diferentes ciudades del mundo han cambiado inexorablemente, examinando los fenómenos de resistencia a la gentrificación que han surgido en distintos continentes, tanto a nivel social, como desde las instituciones y gobiernos locales. Sociólogos y urbanistas suelen hacer magníficos equipos a la hora de comprender la ciudad y ofrecer respuestas para mejorarla.

En ocasiones, surge la pregunta de si Alicante ha sufrido en alguno de sus barrios, de una u otra manera, procesos de gentrificación que con tanta intensidad se han vivido en otras ciudades. Sin embargo, coincidimos en señalar los profesores Ortuño, Navarro Vera y yo mismo que nuestra capital no ha vivido este fenómeno, aunque sí otros que también han tenido una importante repercusión sobre la población y los espacios urbanos de nuestros barrios, que tanto en artículos en este diario como en diferentes informes he analizado con detalle.

Ahora bien, hay otros procesos urbanos silenciosos, lentos y devastadores a los que no se presta atención hasta que sus nocivos efectos son irreversibles, como la adquisición de grandes bolsas de viviendas en los centros de las ciudades por parte de fondos especulativos y de inversión, en algunos casos para convertirlos en apartamentos turísticos. Para valorar la importancia del problema, en Zaragoza un solo propietario tiene a su nombre tantas viviendas en el centro histórico como el propio Ayuntamiento.

La turistificación que vive el centro de Alicante sí que está generando dinámicas muy peligrosas que no están siendo convenientemente analizadas y sobre las que el propio Ayuntamiento ni siquiera ha prestado atención. Numerosos comercios tradicionales del centro estarían viviendo un cierto proceso de «gentrificación comercial», desplazados por franquicias y establecimientos de hostelería, que está transformando la oferta comercial y de servicios para sus habitantes. Al mismo tiempo, el aumento creciente de alojamientos turísticos en inmobiliarias y a través de las nuevas plataformas tecnológicas de alquiler en Internet, procedentes de viviendas y pisos en la ciudad, está teniendo también un impacto extraordinario y muy acelerado sobre todo el centro de Alicante al provocar cambios en los residentes y en los usos de los espacios, sin que siquiera estemos tratando de conocer su evolución. Esperemos que cuando queramos hacerlo no sea demasiado tarde.