De nuevo, un año más, Manos Unidas llama a nuestras conciencias para que nos percatemos de que el drama del hambre en el mundo sigue ahí, incluso que ha llegado a aumentar recientemente y para que nos sumemos al esfuerzo de años de esta realidad eclesial, muy nuestra, que desde su fundación ha concienciado a muchos en este drama del hambre en el mundo y nos ha implicado en la decidida lucha por combatirlo.

De muchas formas y maneras a lo largo de su pontificado el Papa Francisco nos pone ante el panorama de la fragilidad humana que es, ciertamente, dramático e inquietante. Pero no lo hace nunca para sumirnos en el desaliento, sino para despertarnos, concienciarnos y armarnos de coraje y esperanza para afrontar las miserias de nuestro tiempo y el clamor de tantos seres humanos que sufren y así fortalecer nuestra debilidad.

Ante la urgencia de cuidar a los más frágiles de la tierra, concluirá en Evangelii Gaudium: «Pequeños pero fuertes en el amor de Dios, como San Francisco de Asís, todos los cristianos estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos» (n.216). Y desde ese deber de cuidar del mundo y las personas estimula en su enseñanza al decidido compromiso personal y social para hacer frente a los atentados contra nuestra humanidad, habiendo señalado en el mismo documento respecto al drama del hambre, citando a los obispos de Brasil: «?existe alimento suficiente para todos? el hambre se debe a la mala distribución de los bienes y de la renta? con la práctica generalizada del desperdicio» (n.191). Claridad, concienciación y compromiso es lo que el Santo Padre nos comunica en esas palabras, y es lo que debemos actualizar intensamente en plena campaña de Manos Unidas 2018.

Este año, en concreto, somos motivados con el lema, «Comparte lo que importa». Lema que nos pone ante una necesidad profundamente determinante para la realización del ser humano: compartir. Somos constitutivamente seres abiertos a Dios y a los demás. La vida está entretejida de relaciones con las que se construye nuestro propio ser. Por ello encerrarnos y vivir aferrados a nuestro «yo» y a lo «mío», lo de cada uno, es camino de quedarnos privados de crecimiento, fecundidad vital, y, en último término, de sentido, incluso de felicidad. Una de las situaciones vitales que más infelices nos hacen, y que más nos alejan de Dios y de los demás, es aferrarse a todo lo bueno que se tiene como si lo tuviéramos realmente en absoluta propiedad para siempre. Es vivir equivocados. Una pena.

Compartir comporta unos ojos nuevos, para descubrir que cuanto tenemos nos ha sido dado y que, en cualquier momento, se nos puede ser retirado; y, a la vez, descubrir las necesidades de los demás. El amor, el gran don de Dios para nuestras vidas, es luz que nos hace ver más allá de nosotros mismos y de las realidades a las que nos aferramos, que nos hace salir hacia los demás, al encuentro de los otros y sus necesidades, con lo que tenemos y lo que somos. Es la gran enseñanza de la escuela del Evangelio, de la escuela de Jesús, que compartió y sigue compartiendo todo, hasta el extremo, hasta su propia vida y persona. Compartir nos lleva, mirando a Jesús, al ideal de persona que Dios ha soñado para cada ser humano. Compartir nos hace personas y hace un mundo fraterno y habitable.

Manos Unidas, con este lema para esta Campaña 2018, nos estimula a compartir y a implicarnos ante las llamadas acuciantes de tantos hermanos en necesidad. Necesidades actuales que reclaman nuestra implicación como personas y como comunidades eclesiales. Por ello pido, especialmente, a mis hermanos sacerdotes, como responsables de parroquias e iglesias, que en torno al 11 de febrero, dentro de la campaña de este año, facilitéis y apoyéis la labor ejemplar que Manos Unidas de nuestra Diócesis realiza en su campaña constante contra el hambre en el mundo. A todos por tan encomiable esfuerzo: Gracias.

Con mi bendición y afecto a todos.