Un mundo feliz es la obra cumbre del escritor británico A ldous Huxley. Publicada por primera vez en 1932, muchos la han considerado una profecía sobre un futuro distópico. Sin embargo, más que una profecía científica, la novela supuso una crítica satírica de su propia sociedad. Huxley describe un lugar siniestro y carente de amor, en un intento de alienar a los lectores con la descripción de una sociedad ideal, gracias a los avances biotecnológicos y a las drogas de diseño, pero carente de valores y sentimientos fundamentales para el ser humano.

Seguramente, los coetáneos de Huxley, como les ocurrió también a los de Julio Verne, no podían ni imaginar el progreso que en estos últimos años ha alcanzado la humanidad. Tampoco los que hemos rebobinado cintas de casete con un bolígrafo Bic, o hemos aprendido dactilografía en una máquina de escribir Olivetti 45, barruntábamos que escucharíamos música, escribiríamos, hablaríamos e, incluso, buscaríamos la información en un aparato que ya es un apéndice de nuestro cuerpo: el teléfono móvil.

Precisamente, esta semana se ha celebrado en Barcelona el Mobile World Congress, la cita más importante del mundo para el sector, que no sólo exhibe las últimas novedades en comunicación y teléfonos móviles, sino que también es el mayor escaparate de los últimos avances en campos como la realidad virtual, la robótica o la inteligencia artificial.

Este año, por desgracia, el MWC, además de mostrar los avances en inteligencia artificial, ha puesto también de manifiesto el retroceso en inteligencia emocional, educación y lealtad institucional, representados por el nacionalista Roger Torrent y la podemita Ada Colau, con los desplantes que han hecho al Rey y las movilizaciones que han promovido, que pueden provocar que Barcelona deje de ser la sede de este importantísimo evento.

Pero, ciñéndonos al campo estrictamente tecnológico del MWC, el tema estrella de la edición de este año ha sido las redes 5G. Se espera que esta tecnología comience a implantarse de forma más o menos generalizada el año 2020. Sus principales características suponen un ancho de banda cien veces superior al actual y una latencia (velocidad de respuesta) muy baja, lo que permitirá una respuesta en tiempo real que hará posible los coches autónomos, la realidad virtual, la cirugía asistida por robots y, en general, lo que ha venido en denominarse el «Internet de las Cosas».

El Internet de las Cosas o «IoT». por sus siglas en inglés, se trata de una red que interconecta objetos físicos valiéndose de Internet. Estos objetos se valen de sistemas embebidos, o lo que es lo mismo, hardware especializado que le permite no solo conectarse a la red, sino que además programa eventos específicos en función de las tareas que le sean dictadas remotamente.

Las redes 5G y el IoT supondrán una revolución tecnológica y de cambio de modelo económico y productivo sin parangón y nuestra ciudad debe preparase para ello. De hecho, Telefónica ha iniciado una experiencia piloto para aplicar las redes 5G en dos ciudades españolas, Segovia y Talavera de la Reina. El motivo de elegir éstas y no otras ha sido, en palabras del presidente de la multinacional española en nuestro país, Luis Miguel Gilpérez, que «...ambas localidades castellanas -afectadas por una crisis de modelo de actividad y una alta tasa de paro juvenil- pueden contribuir a crear polos industriales y económicos» ligados a las nuevas tecnologías. «Serán hubs de creación de novedades, de crear ingenios e impulsar los ecosistemas locales de casos de uso».

En una reciente visita a Elche, con motivo de una convención nacional sobre pymes y autónomos, el presidente del Gobierno dejó claro que la digitalización es uno de los grandes retos que deberá afrontar la sociedad española en los próximos años. Dado que nuestra ciudad no ha sido agraciada con una «lotería» como la de Segovia y Talavera, a pesar de compartir los mismos problemas, debemos trabajar para estar preparados cuando esta revolución en ciernes sea un hecho. No hacerlo sería algo similar a intentar competir con una rueca frente a los telares durante la Revolución Industrial en Inglaterra.

El principal problema es que Elche es una città diffusa. La población de las pedanías casi se ha doblado en lo que va de siglo, pasando de 27.000 habitantes en el año 2000 a los más de 42.000 en la actualidad, de un total para la ciudad de Elche que ha ido disminuyendo hasta los 228.675 empadronados en 2017.

Estas pedanías tienen una carencia de servicios evidente, siendo la brecha en la velocidad de conexión a Internet una de las más flagrantes.

El objetivo último de las empresas es ganar dinero. El de las administraciones públicas favorecer la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos. Quizás para las primeras no sea rentable mejorar la conectividad en las zonas rurales, pero las segundas deberían tomar medidas para garantizar que ese servicio se preste en condiciones óptimas para esa quinta parte de la población que vive en el campo.