El 2 de enero de 1946 el sanatorio alicantino del Perpetuo Socorro cumplió el segundo aniversario de su fundación. Con este motivo, el diario INFORMACIÓN publicó una noticia en la que, uno de sus redactores, contaba la visita que había hecho a esta clínica unos días antes. En un momento determinado, el director del sanatorio le mostró al periodista un envase de corcho que contenía varios frascos y que había extraído de una gran cámara frigorífica. El visitante observó con admiración aquel «maravilloso medicamento que tantas vidas ha salvado: la mágica penicilina». Preguntado si realmente era un fármaco tan efectivo como se decía, el director respondió: «En esta clínica se han tratado multitud de enfermos que sin este remedio no hubiera podido sobrevivir».

ContrabandoLa penicilina, considerada el primer antibiótico, empezó a ser usada por el ejército aliado durante la Segunda Guerra Mundial. Hasta entonces, una infección, por leve que fuera, podía ser mortal. Pero gracias a este nuevo fármaco las temibles infecciones pasaron a ser, por lo general, curables. Acabada la guerra, se convirtió en un medicamento tan preciado como el oro. Era fabricado en los Estados Unidos, cuyos militares ejercieron en principio sobre su uso y distribución un control monopolizador.En España, antes de su llegada oficial, la penicilina empezó a venderse de forma clandestina. Es conocido el caso de uno de los primeros enfermos que sanaron gracias al nuevo fármaco. En agosto de 1944, varios estudiantes de Medicina obtuvieron dos gramos de contrabando en el bar Chicote, en la Gran Vía madrileña. Lo necesitaban para su profesor, que había contraído una neumonía estreptocócica mientras pasaba unos días de vacaciones en Santander. Gracias a la penicilina, el enfermo sobrevivió. Se trataba del médico Carlos Jiménez Díaz, quien llegaría a ser el director del Instituto de Investigaciones Médicas (1955) y de la famosa Fundación Jiménez Díaz (1962).Al año siguiente, el doctor Jiménez Díaz coordinaría, desde el Consejo Nacional de Sanidad, la distribución entre los hospitales y las farmacias españoles de las remesas de penicilina que llegarían a España procedentes de Estados Unidos.

EscasezLa primera de estas remesas arribó, no obstante, al aeropuerto de Barajas (desde Río de Janeiro, vía Lisboa) el 20 de septiembre de 1944. Eran solo doce ampollas y no sirvieron para salvar la vida de una niña, demasiado enferma.La escasez del suministro oficial propició el incremento del mercado negro, con precios abusivos y una calidad en muchos casos deficiente, puesto que era un medicamento que debía conservarse a bajas temperaturas.Muy probablemente, la afirmación que leímos antes del director del sanatorio alicantino del Perpetuo Socorro, sobre la «multitud de enfermos» que ya habían curado con penicilina en 1945, adolecía de exageración.El antibiótico era todavía muy escaso en Alicante, como en el resto de España. El 17 de enero de 1946, por ejemplo, el alcalde Román Bono Marín telegrafió al director general de Sanidad solicitando que se facilitara urgentemente un pedido de penicilina (por valor de 400 pesetas, que envió a Madrid a través de una agencia, junto con la documentación precisa), para suministrársela a la esposa de un funcionario de la sección municipal de alumbrado, recién operada de un tumor cerebral por el doctor de la Beneficencia López Sánchez. El antibiótico llegó a Alicante tres días después.Entre mayo y diciembre de 1946, la Obra Sindical «18 de Julio» y el Seguro de Enfermedad suministraron en España 140 millones de unidades de penicilina, por importe de 44.000 pesetas, siendo septiembre el mes en que más se consumió. A partir del 10 de febrero de 1947, se autorizó a las farmacias españolas a vender penicilina hasta 500.000 unidades por receta; y en noviembre del mismo año se bajó el precio del antibiótico.

Fabricación nacionalEl 26 de mayo de 1948 llegó a España el inventor de la penicilina. El doctor escocés Alexander Fleming visitó Barcelona, Madrid y Sevilla, siendo agasajado por autoridades y multitud de ciudadanos. Muchos ayuntamientos españoles decidieron homenajearle rotulando calles con su nombre. El alicantino tardó unos años en hacerlo, pues no fue hasta el 30 de abril de 1955 que bautizó una calle de Vistahermosa con el nombre de Doctor Fleming.El gobierno franquista calculaba entonces las necesidades de penicilina en diez millones de frascos de 100.000 unidades para toda España, autorizó su venta libre en varias ciudades y anunció su disposición a impulsar la construcción de fábricas para su elaboración, ya que en territorio español únicamente se producía en un pequeño laboratorio en Barcelona.La fabricación propia de penicilina era urgente para conseguir las unidades necesarias y rebajar su precio, publicándose en el BOE en octubre de 1948 un decreto del Ministerio de Industria y Comercio por el que se abría un concurso entre entidades españolas. Un año más tarde se adjudicó la construcción de dos fábricas a la Compañía Española de Penicilina y Antibióticos (CEPA) y a Industria Española de Antibióticos. Estas fábricas empezaron a funcionar en septiembre de 1950, en Madrid.Pero el suministro de penicilina al mercado nacional seguía siendo insuficiente y bastante caro, por lo que continuó funcionando el estraperlo durante bastante tiempo.

El antibiótico descubierto en tierras alicantinasEn 1950 fue creado el Instituto de Farmacología Española (IFE), con el objetivo de investigar y desarrollar productos españoles de aplicación industrial.En CEPA también se creó un grupo de investigación para encontrar nuevos antibióticos mejorados. Encabezados por Justo Martínez Mata, los miembros del equipo aprovechaban cada desplazamiento que realizaban fuera de Madrid, para recoger muestras de tierra y analizar posteriormente los microorganismos hallados. El 18 de abril de 1966, el médico Sebastián Hernández entregó para su estudio una muestra recogida en la ladera sur del monte Montgó, junto a la carretera que une Jávea con Gata de Gorgos. La microbióloga Sagrario Mochales detectó una buena actividad en la cepa, que identificó como «Streptomyces fradiae», la liofilizó y la envió a la compañía estadounidense Merck. Allí se iniciaron los ensayos clínicos experimentando con animales y en octubre de 1969 se publicó en la revista «Science» un artículo en el que se anunciaba el hallazgo de un nuevo antibiótico, la fosfomicina, firmado por once científicos estadounidenses y tres españoles: Mata, Hernández y Mochales.Pero en Merck les pareció que el rendimiento de producción de la fosfomicina era muy bajo y se descartó la administración oral, por lo que se perdió el interés por su desarrollo posterior. Por el contrario, en España, la investigación se trasladó de CEPA a IFE, donde se descubrió que se podría usar por vía oral, se realizaron ensayos clínicos y, en 1973, se empezó a producir fosfomicina en la fábrica de penicilina de Aranjuez.En España se conoció el descubrimiento de la fosfomicina a finales de 1969, a través de publicaciones especializadas y del diario «Pueblo». La primera noticia aparecida en INFORMACIÓN fue el 20 de julio de 1975, con motivo del simposio internacional que organizó en Madrid la Sociedad Española de Microbiología sobre este antibiótico genuinamente español y de origen alicantino.En la década de 1990, la comercialización y uso de la fosfomicina empezó a crecer en todo el mundo, al reconocérsele como un antibiótico de amplio espectro, con usos específicos para combatir las infecciones hospitalarias y de las vías urinarias y genitales, y con aplicaciones asimismo en veterinaria.En mayo de 2014, la empresa española Ercros comenzó a construir una nueva fábrica de fosfomicina en Aranjuez. Su División de Farmacia (sucesora de CEPA) producía 180 toneladas al año de este antibiótico, del que era el tercer suministrador mundial, con una cuota de mercado del 20%. La fábrica fue inaugurada en abril de 2017.

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