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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

El influjo de otras miradas 

Es la ventaja de contar con un aeropuerto plagado de rutas a las que no solo recurren adictos a las despedidas de solteros

Vienen Lottie y los suyos. Se ha plantado la familia al completo en Alicante a celebrar los 60 que le han caído al páter y los progenitores regresarán a Edimburgo al amanecer; la hermana, que es artista, a Birmingham a mediodía y ella con su marido a Glasgow en cuanto anochezca. Es la ventaja de contar con un aeropuerto plagado de rutas a las que no solo recurren adictos a las despedidas de solteros. La madre de Lottie es psicoterapeuta, a los 11 dejó Londres por la ciudad en la que se concibió Harry Potter, tiene un montón de clase en línea con el resto y comenta que, del Museo de Arte Contemporáneo, lo que más tilín le ha hecho ha sido la obra de Julio González. A este primer encuentro se ha llegado por el calorcito que nuestros vástagos no han dejado de procurarse y, pese a la barrera idiomática entre los mayores, resulta estimulante la afinidad que se establece en cuanto detallan sus visitas o aprecian en las estanterías los gustos musicales y literarios y se disfruta de una sobremesa a la que no están acostumbrados, con Almodóvar y los Monty Python en el introíto hasta acabar analizando la condescendencia con la que los de alrededor suelen tratar a especímenes del corte de Picasso, asunto que seguramente introduciría quien imaginan. Aunque hemos pospuesto para una segunda cita la requisitoria, debieron votar «sí» en el referéndum por la independencia escocesa y eso les hace ser inflexibles con los Puigdemont?boys porque, al logro que accedieron por un acuerdo entre gobiernos tras décadas de insistir, los nostres lo quieren por arte de birlibirloqui frente a un Mariano con el que ni ir de aquí a la esquina es fácil. Enseguida ven el terreno abonado para sacar el nombre de Franco que no nos quitamos de encima y se les replica que su apoyo tuvo de Churchill, asintiendo temblorosos de placer. Sin embargo, no pueden entender que haya aún restos de compatriotas por las cunetas y que los de alguien de la dimensión de Lorca permanezcan sin identificar, pese a lo normales que se nos ve. Pero, ¡uf! Cuesta.

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