Tan convencida estaba de que alguien que concurrió a las elecciones en una lista sui generis pero de izquierdas, que consiguió ocupar una silla en la Corporación gracias al apoyo de votantes de izquierdas y a quien se le llenaba la boca de proclamas zurdas hasta poco antes de entregar a una formación de derechas el gobierno socialista de la ciudad no iba a ser capaz de semejante latrocinio que, cuando me lo dijeron, tuve que leerlo para creerlo. Y me recordó el día en que me contaron lo de los Reyes Magos, que más allá de la sorpresa de saberlo, lo peor fue el poso de decepción que me dejó.