Ricardo III es una tragedia histórica escrita por William Shakespeare hacia el año 1593 en la que se describe el maquiavélico ascenso al poder y posterior corto reinado del Rey Ricardo III de Inglaterra.

Shakespeare, y los cronistas de la época Tudor que le influyeron, estaban obligados a mostrar la caída de los Plantagenet y la Casa de York, y la subsiguiente victoria de la Casa Tudor, como la imposición del bien sobre el mal. Por ese motivo, en la tragedia de Shakespeare, el personaje de Ricardo III se muestra como el villano de la historia.

Recientemente, en 2012, unas prospecciones arqueológicas llevadas a cabo bajo un aparcamiento en la ciudad inglesa de Leicester arrojaron como resultado el hallazgo de unos restos que, se suponía, pertenecían al último Rey de la Casa de York; las investigaciones posteriores demostraron que, efectivamente, se trataba del cuerpo de Ricardo III.

Este descubrimiento avivó sobremanera la imaginación de la opinión pública inglesa, trayendo a la memoria, en el imaginario colectivo, la Guerra de las Dos Rosas, una serie de cruentas contiendas por el trono de Inglaterra, disputadas entre los años 1455 y 1485, entre la Casa de York, cuyo símbolo era una rosa blanca, y la de Lancaster, representada por una rosa roja. Después de treinta años de manipulación política y terribles carnicerías salpicadas por breves períodos de paz, las guerras cesaron y emergió una nueva dinastía, la de los Tudor.

Lo que está sucediendo en Elche en los últimos meses tiene cierto paralelismo con la historia de la aparición de los despojos de Ricardo III bajo un aparcamiento de Leister. De hecho, aquí también tenemos en marcha unas excavaciones arqueológicas donde, al menos en teoría, está diseñado un aparcamiento bajo el Mercado Central. Si bien esas excavaciones no han dado ningún fruto (o si lo ha dado no nos lo han contado, vaya usted a saber), este pasado fin de semana sí que hemos estado atentos a una guerra que podría llevar también el nombre de las dos rosas, puesto que se ha desarrollado en el seno del PSOE local, que también tiene una rosa sobre su anagrama.

En este caso, emulando la historia inglesa, los contendientes han sido también dos familias: La de la «rosa blanca», o «susanista», encabezada por Ana Arabid, y apoyada por el alcalde, Carlos González, y la de la «rosa roja», o «sanchista», encabezada por el exalcalde Alejandro Soler. Como todos saben, esta guerra, incruenta por fortuna, se ha saldado con una victoria contundente de Soler y los suyos. El otrora primer edil, secretario general durante doce años, y primer socialista en ceder la vara de mando al centro derecha desde que existen ayuntamientos democráticos, ganó haciendo bandera de la renovación, ni más ni menos.

El gran derrotado, Carlos González, tendrá que pararse a reflexionar y hacer balance de los daños recibidos durante la refriega. La abultada derrota puede hacer tambalear sus opciones de repetir como candidato del PSOE para el cargo de alcalde de Elche.

En los pasados tiempos del bipartidismo, y en los aún más lejanos en los que un alcalde dijo aquello de que «en Elche hasta las palmeras son socialistas», el puño que debía sujetar no ya la rosa, sino la vara de mando, se decidía, prácticamente, en una asamblea como la del pasado sábado en la sede del PSOE, en la que no votaron ni quinientas personas. Pero ahora mismo, no sabemos, si quiera, quién va a ser el candidato de los socialistas en los próximos comicios locales.

La inacción del Gobierno municipal y los frágiles equilibrios que ahora mismo sustentan al Partido Socialista podrían llevar a pensar a cualquier analista que, cualquiera que sea su candidato, el PSOE de Elche se dirige hacia una debacle electoral.

Sin embargo, yo estoy convencido de que la pregunta no es tanto si la izquierda va a perder las elecciones, como si el centro derecha va a ser capaz de ganarlas. La respuesta a esa incógnita la conoceremos cuando se hagan públicos los programas y los equipos que presenten Ciudadanos y el Partido Popular para las locales de 2019.