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Alfons Garcia

A vuelapluma

Alfons Garcia

La sonrisa de Rodríguez

El partido en València estaba por aguantar más y no cortar los hilos que sostenían orgánicamente a Rodríguez tan pronto

Entró sonriendo y salió sonriendo. Es lo más intrigante de una operación repleta de incógnitas. Quiero pensar que la sonrisa, ese escudo de los tímidos, es la máscara que el político se ha puesto para esconder su angustia. La de un aspirante joven al éxito que ve su carrera perderse por el bulevar de los sueños rotos. Y no es que no le importara: Jorge Rodríguez había dejado indicios suficientes en los últimos años de que tenía elevadas aspiraciones políticas. A muchos no les gustaba por eso: sus sueños eran demasiado visibles, a pesar de que no los verbalizara en público. Su respuesta a la inevitable pregunta era siempre la misma: igual que se había encontrado con la candidatura a la alcaldía de Ontinyent sin esperarlo, así se planteaba su futuro. Tener ambiciones de poder está mal visto, así que mejor ocultarse. Pero los hechos decían otra cosa. Empezando por la elección de su equipo de confianza, encabezado por Ricard Gallego, uno de esos animales políticos que no dan puntada sin hilo, un corredor de fondo con un objetivo en la cabeza y una poblada lista de pertinaces enemigos.

Es paradójico, pero el presidente de la diputación que más ha reducido, hasta casi extinguirlos, los fondos distribuidos discrecionalmente entre los municipios (una fórmula fácil para el clientelismo) se tambalea por una investigación por enchufismo: la contratación a dedo de altos directivos (siete serían los cuestionables) repartidos a medias entre PSPV y Compromís y con generosos sueldos (un coste para la empresa en torno a los 75.000 euros anuales por persona). Todo en la siempre contaminada Imelsa (ahora Divalterra).

La sonrisa puede querer decir que está tranquilo, que no hay para tanto, pero el precio ya ha sido alto para él: el partido (el PSPV) lo ha suspendido de todos los cargos orgánicos y le ha pedido que deje la presidencia de la Diputación de València. Difícil escapatoria ahora para él, aunque parece que la busca. Si se obstina, se juega una posible reparación posterior si el caso se cierra un día sin condena sobre él.

El partido lo ha dejado caer solo en horas no por los cargos en su contra, sino, como dijo José Luis Ábalos, porque «la aparatosidad» de la operación (con registros en las instituciones y en los domicilios personales de algunos detenidos) obligaba a actuar. El partido en València estaba por aguantar más y no cortar los hilos que sostenían orgánicamente a Rodríguez tan pronto. Sin la operación judicial del miércoles, hoy sería posiblemente un investigado con galones aún en la solapa. Cuestión de tiempo, antes o después hubiera caído (está el ejemplo del exalcalde de Alicante Gabriel Echávarri y del exministro Màxim Huerta), dirán algunos, aunque quizá el tiempo suficiente para salvar el pellejo político, dirá él. De ahí la importancia de un auto que justifique cuanto antes la operación antes de que se multipliquen los comentarios y sospechas sobre las desavenencias entre fiscal, juez e investigadores policiales en torno al operativo. La cantidad que está en tela de juicio (la que habrían cobrado los enchufados por los puestos de trabajo entregados) ya dice algo: más de dos millones de euros.

Rodríguez no parece un político vacío, si por tal entendemos el que busca forrarse, al estilo de las soeces grabaciones que implican a su predecesor Alfonso Rus en escenas contando billetes, del saqueo de los fondos del Tercer Mundo de Rafael Blasco o de todo lo que emerge sobre la fortuna acumulada por Eduardo Zaplana en paraísos. No es lo mismo. Pero el presidente de la diputación tampoco es el primer cargo público al que la policía saca un día de buena mañana de la cama para abrirle la mesilla de noche y rebuscar en sus papeles y ordenadores solo por unos contratos administrativos mal paridos y quizá no con los mejores fines. A la exintendente del Palau de les Arts Helga Schmidt le pasó y está tres años y medio después a la espera de juicio por medio millón de euros que habría permitido que ingresara el coliseo en patrocinios a través de una empresa en cuyo consejo ella figuraba y que se quedaba el 30 % en comisiones. De poco le ha bastado repetir que se dejó asesorar y que estaba de florero en aquel consejo. El PP se apresuró a dejarla caer y se quitó un problema de encima (la confianza ya se había liquidado antes). En las batallas siempre hay caídos inesperados y premios encontrados por sorpresa. A Rodríguez solo le ha quedado una sonrisa que se le empieza a helar.

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